«El que siembra y el que riega están al mismo nivel, aunque cada uno será recompensado según su propio trabajo.
En efecto, nosotros somos colaboradores al servicio de Dios; y ustedes son el campo de cultivo de Dios, son el edificio de Dios. Según la gracia que Dios me ha dado, yo, como maestro constructor, eché los cimientos, y otro construye sobre ellos. Pero cada uno tenga cuidado de cómo construye, porque nadie puede poner un fundamento dfferente del que ya está puesto, que es Jesucristo».
1 Corintios 3:8-11, NVI
LOS QUE HAN EDUCADO su mente en el deleite de lo espiritual, son los que pueden ser trasladados sin que los abrume la pureza y la refulgente gloria celestial. Puedes tener un vasto conocimiento de las artes, puedes estar familiarizado con las ciencias, puedes sobresalir en música y humanidades, pueden agradar tus modales a los que te tratan, pero ¿cuánto tiene que ver todo eso con la preparación para el cielo? ¿Te preparan para subsistir delante del tribunal de Dios?
«No se engañen. Dios no puede ser burlado» (Gál. 6: 7, RVC). Nada que no sea «la santidad» nos puede preparar para la eternidad (Heb. 12: 14). Es la piedad sincera y experimental lo único que puede darnos un carácter puro y elevado, y habilitamos para entrar en la presencia de Dios, «que habita en luz inaccesible» (1 Tim. 6: 16). Esta tierra es el único lugar donde debemos adquirir el carácter celestial. Por lo tanto, comencemos desde ahora mismo. Y que nadie se lisonjee de que ya llegará el momento en que podrá con más facilidad que ahora hacer un esfuerzo ferviente. Cada día nos distancia más de Dios.
Alistémonos para la eternidad con un celo que no hemos manifestado todavía. Eduquemos la mente para amar la Biblia, deleitamos en la reunión de oración, disfrutar de la hora de meditación, y sobre todo de los momentos cuando nos comunicamos con Dios. Hemos de adquirir la mentalidad del cielo si queremos unirnos al coro celestial en las mansiones divinas.— Testimonios para la iglesia, t. 2, p. 241