Y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. Apocalipsis 22:4.
¡Señor, yo te bendigo, porque tengo esperanza!
Muy pronto mis tinieblas se enjoyarán de luz…
Hay un presentimiento de sol en lontananza;
¡Me punzan mucho menos los clavos de mi cruz!
En ellos el poeta expresa su peregrinaje de fe, la que al atisbo de la esperanza siente disminuir el rigor de sus cargas. Así vamos todos los cristianos, esquivando la metralla de las huestes malignas que acechan y persiguen; así avanzamos hacia la consumación de los siglos. Ellos son terroristas, atacan de repente y huyen hacia las sombras, que conocen bien, y hacia esas tinieblas pretenden atraernos. Como si no fuera suficiente con las nuestras: el desánimo, el apocamiento y el conformismo.
El poeta nos representa bien. ¿Quién no se identifica con él cuando reconoce:
Dudé, ¿por qué negarlo? y en las olas me hundía
como Pedro, a medida que más hondo dudé.
Pero tu me tendiste la diestra, y sonreía
tu boca murmurando: hombre de poca fe!?*
Más cuando cobramos conciencia de la recompensa: ver el rostro de Jesús, la esperanza se levanta como yerba marchita que vuelve a probar el agua, y la luz ilumina el sendero. Sí, vamos al cielo, no te quedes atrás.
Esta es la promesa: «Verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes (Apoc. 22:4).
*Amado Nervo, «El milagro», Elevación, Elalcph, 2000, p. 22, en http://recursosbiblio.url.edu.gt/publicjlg/ Libros_y_mas/2017/05/elev.pdf.