Al salir de la sinagoga, vinieron a casa de Simón y Andrés, con Jacobo y Juan. Y la suegra de Simón estaba acostada con fiebre; y en seguida le hablaron de ella. Marcos 1:29, 30.
La suegra de Pedro
Ese sábado de mañana, mientras Jesús enseñaba acerca del reino de Dios a la multitud en la sinagoga en Capernaúm, lo interrumpió el grito de un endemoniado. Jesús ordenó al demonio callar y salir de él. Tras una gran lucha, el demonio lo abandonó. La multitud quedó desconcertada. No comprendían con qué autoridad hablaba Cristo, que desarmaba y ataba aun al maligno. Mientras tanto, Cristo se retiró a la casa de Pedro con el propósito de descansar un poco. Pero allí también había descendido una sombra. La suegra de Pedro estaba doliente, en cama. Alguien le habló de ella al Maestro. ¿Eres tú un intercesor para que Cristo toque el corazón de quienes lo necesitan con alarmante urgencia?
Cualquiera sea la sombra que ha caído sobre tu vida, cualquier zozobra o enfermedad presente, no necesitas continuar sufriendo. Cristo nos invita a confiarle toda adversidad, necesidad, preocupación y pecado.
«Cristo es su Redentor, y no tomará ventaja de sus confesiones humilladoras. Si tienen pecados de carácter privado, confiésen los a Cristo, quien es el único Mediador entre Dios y el hombre. ‘Y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo’ (1 Juan 2:1). Si han pecado reteniendo de Dios sus diezmos y ofrendas, confiesen su culpa a Dios y a la iglesia, y obedezcan lo que él ha ordenado: ‘Traed todos los diezmos al alfolí'» (CPI, p. 468).
El pecado personal e individual debe confesarse privadamente, solo a Dios. Si hay una falta de carácter público, debe confesarse públicamente. Este es un ingrediente esencial para la restauración.
Llama al Médico divino. Te visitará en privado. Tal encuentro privado es indispensable para tu salvación y vida eterna. Por ello Cristo nos dejó la oración, la línea directa a su oficina. En comunicación privada, personal y directa con el Cielo, presentemos a Dios cada síntoma del mal que nos aqueja. Allí confesemos nuestros deslices, faltas y pecados.
Dios nos sana por medio de la oración y de la confesión. Confía. Hoy Cristo puede visitarte y sanarte física, emocional y espiritualmente. Él se llevará toda dolencia, enfermedad, preocupación y atadura. — Rhodi Alers de López