Tú fuiste quien formó todo mi cuerpo; tú me formaste en el vientre de mi madre. Te alabo porque estoy maravillado, porque es maravilloso lo que has hecho. ¡De ello estoy bien convencido! Salmo 139: 13-14, DHH.
Una vez, cruzamos el Estrecho de Gibraltar entre Europa y África en ferry, durante un viaje de un día de España a Marruecos. Volveríamos a España esa misma noche. Lo primero que hicimos fue visitar algunos de los típicos lugares históricos, fuertes y edificios antiguos. Nunca faltaban lugareños queriendo ganarse unas monedas con nosotros. En uno de los lugares que visitamos había un encantador de serpientes. Si creías que eso solo ocurría en los dibujos animados, estás equivocado.
Un hombre estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas y una canasta frente a él. Comenzó a tocar la flauta, y una cobra se levantó desde la canasta. La serpiente parecía estar hipnotizada por la música. Al final, el hombre recibió gustosamente algunas monedas por su espectáculo. Llegó la hora del almuerzo, y fuimos a comer a un típico restaurante marroquí. Nos sentamos en el suelo, sobre grandes almohadones, mientras los mozos traían deliciosos manjares para que probáramos. Nuestra siguiente parada fue en un negocio que vendía especias y hierbas envasadas. Pudimos oler y probar muchos sabores desconocidos.
Nuestro destino final fue una tienda de alfombras. En los Estados Unidos usamos máquinas para hacer alfombras y tapetes, pero en esa tienda marroquí las hacían a mano. Al final, compramos una alfombra pequeña. Si alguna vez tengo el privilegio de recibirte en mi casa, te mostraré la alfombra, que está al lado de la puerta de entrada.
Tú fuiste diseñado y creado por Dios. Él lo sabe todo de ti. Fuiste creado con un propósito, pues cada ser humano es especial, único. Tú eres el único «tú» que Dios hizo en todo este planeta; ¡por eso eres muy valioso para él!