Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la oración. Hechos 3:1.
Ayer vimos cómo los primeros conversos de la iglesia primitiva vivían su fe luego del derramamiento del Espíritu santo en Pentecostés. Esa fue la «lluvia temprana», símbolo de la «lluvia tardía», que ya se está derramando sobre la Tierra antes de que vuelva Jesús por segunda vez. Hoy conocemos al Jesús resucitado gracias a que el Espíritu se encarnó en los creyentes, para cumplir la profecía de Jesús: «Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos […] hasta lo último de la tierra» (Hech. 1:8). En Hechos 3:1, leemos que «Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración». Esta era la hora del sacrificio de la tarde, la hora cuando entraba el sumo sacerdote a ofrecer el incienso con sus oraciones. En el Evangelio según Lucas, vimos que «un ángel del Señor» se le apareció a Zacarías cuando él ofrecía el incienso ante el altar de oro (Luc. 1:8-11). El incienso simbolizaba las oraciones de los creyentes.
A esa hora oraban en el Templo muchos judíos devotos, entre los cuales seguramente habría futuros conversos a la fe cristiana. La oración nos comunica con Dios, y abre las puertas de las bendiciones que él quiere derramar en nuestra vida. En el escenario de oración de Hechos 3, el Señor estaba preparando el corazón de muchos que fueron testigos del primer milagro de un discípulo de Cristo. Al salir del Templo de Jerusalén, Pedro se encuentra con un «cojo de nacimiento», que había sido llevado seguramente por algún familiar o algún amigo para recolectar dinero (vers. 2). Muchos lucran con la enfermedad ajena, y aun con su propia enfermedad. El cojo le pide una limosna, y Pedro le dice: «No tengo plata ni oro, pero […] en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda» (vers. 6). Aquel hombre se puso de pie y caminó ante el asombro de la gente (vers. 8).
Dice el Salmo 141:2: «Sea mi oración como incienso en tu presencia, y mis manos levantadas, como ofrenda de la tarde» (DHH). Pedro y Juan oraron, y como consecuencia dieron testimonio inmediatamente del poder del Resucitado.
¡Enciende mi oración con el fuego de tu Espíritu, para que mis manos te sirvan!
Oración: Señor, ayúdame a orar y bendecir a mis semejantes.
Tomado de: Lecturas Devocionales para Adultos 2019 «Las Oraciones más Poderosas de la Biblia» Por: Ricardo Bentacur Colaboradores: Rosalba Barbosa & Gladys Cedano