Y dejó todo lo que tenía en mano de José, y con él no se preocupaba de cosa alguna sino del pan que comía. Y era José de hermoso semblante y bella presencia. Aconteció después de esto, que la mujer de su amo puso sus ojos en José, y dijo: «Duerme conmigo». Génesis 39:6, 7.
La esposa de Potifar
Según la costumbre egipcia de vestir, el cuerpo y la musculatura de José quedaban expuestos a la vista de todos. Este joven temeroso de Dios no solo halló gracia a los ojos de su amo. La esposa de su amo lo observaba mientras desempeñaba sus labores, y el joven hebreo se convirtió en objeto de acoso sexual.
Los ojos son ventanas del alma. Es necesario cuidar lo que miramos. Las impresiones cinceladas en nuestra mente por lo que contemplamos no son de poca importancia y difícilmente se borran.
¿Qué miran tus ojos? ¿Leen historietas y novelas? ¿Se deslumbran mirando telenovelas? ¿Se embelesan en programas y series televisadas llenas de lujuria, adulterio, fornicación, maltrato, agresión, codicia y envidia? ¿Te entretiene la sensualidad, la moda, la extravagancia y el desenfreno de los comerciales? ¿Te atraen las escenas de suspenso, misterio y pasión?
Cual ave de presa, la esposa de Potifar se lanzó sobre José. Por fijar su vista en él su deseo aumentó. Aquello que contemplamos ejerce una poderosa presión para bien o para mal en nosotros.
«Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte» (Santiago 1:13-15).
La meditación en el sacrificio de Cristo engendra aborrecimiento del pecado que causó su muerte, y robustece nuestro empeño de conservarnos en su presencia. Fijar nuestra vista en algo o alguien indebido nos hurta la aspiración de obedecer a Dios y vigoriza el propósito equivocado que tarde o temprano nos lleva a pecar. Decide como David: «No pondré delante de mis ojos cosa injusta. Aborrezco la obra de los que se desvían; ninguno de ellos se acercará a mí» (Salmos 101:3). —