El corazón del justo piensa para responder; más la boca de los impíos derrama malas cosas. Proverbios 15:28.
Salomé
Desde pequeñitos queremos ser aceptados por los demás. Nos importa lo que piensan de nosotros, queremos agradar a los que nos rodean y nos duele cuando somos rechazados. En este juego de aceptación, las víctimas más afectadas son los adolescentes. Faltos de experiencia, carecen de la coraza que paulatinamente nos generan la sociedad y las vivencias, y pronto sucumben a la presión social.
Víctimas de esta presión, nuestros hijos comienzan a fumar, a beber, a drogarse y a tener relaciones sexuales antes de casarse. No quieren defraudar a sus pares. Pero la vorágine del juego aceptación-rechazo les impide usar su mejor herramienta para no hundirse en ese fango. Me refiero al pensamiento. ¡Si lo usaran, cuántos dolores y sinsabores se evitarían!
En el palacio había una gran fiesta. Los invitados llegados de la Roma imperial eran agasajados con abundante comida y con bebidas embriagantes. El ambiente se iba tornando más desinhibido. De pronto Salomé, hijastra del rey, de hermosa figura y para deleite de todos, hizo su entrada y ejecutó una danza seductora. Todos fueron embelesados por tal demostración, y el rey Herodes, a causa de la embriaguez y la fascinación de la danza, ofreció a la joven lo que pidiera, aun la mitad de su reino, si así lo solicitaba. No sospechaba el dolor que le causaría esta irreflexiva promesa.
La joven quedó perpleja ante el ofrecimiento. ¿Qué pedir? ¿Joyas? ¿Dinero? ¿La mitad del reino? No sabía qué pedir. Entonces recurrió a su madre, Herodías. Esta, ávida de venganza, sí sabía qué pedir. Le ordenó que pidiera la cabeza de Juan el Bautista, el profeta que había denunciado su relación incestuosa y adúltera con Herodes. Salomé se resistió, pero la presión aumentaba; se negó, pero la presión se agigantó. No quería pedir lo que su madre le aconsejaba, pero tampoco quería desobedecer. Al fin cedió, y el mayor de los nacidos de mujer, el que bautizó al Mesías y lo presentó al mundo, fue decapitado.
Hoy, la historia repite. El precio que se paga por la insensatez sigue siendo caro. Por ello, antes de sucumbir bajo la presión social, levántate sobre tus pies, ora, piensa y recuerda que eres hija del Rey, y no necesitas probarlo sino vivir como princesa de Dios. —