En realidad, para todo lo que se hace hay un cuándo y un cómo, aunque el hombre tiene en su contra un gran problema: que no sabe lo que está por suceder, ni hay quien se lo pueda decir. Eclesiastés 8:6-7, NVI.
Corría el año 1989, y uno de los primeros lugares que queríamos visitar era Berlín Oeste, en Alemania Occidental. Hoy, la ciudad se llama simplemente Berlín, pero en 1989, Berlín estaba dividida en dos ciudades distintas: Berlín Este y Berlín Oeste. En 1961, ciertos cambios políticos condujeron a la división de la ciudad en dos, y se construyó el Muro de Berlín. El muro todavía estaba allí cuando visité Berlín en 1989, y decidimos que queríamos ir a verlo durante ese viaje. Pero llegar a Berlín Oeste era un poco complicado, ya que estaba completamente rodeada por Berlín Este, donde no se permitía el paso a los turistas. Decidimos que la mejor opción era tratar de «hacer dedo». Nos acercamos lo más que pudimos a la frontera en tren, y luego caminamos hasta la vía de acceso que llevaba a los automóviles a la autopista hacia Berlín Oeste. Los cuatro nos paramos al borde del camino para pedir un aventón. Para nuestra decepción, nadie paraba. Habíamos llegado a ese lugar a las 7:00 de la tarde, y a las 4:00 de la madrugada todavía estábamos allí, con frío, hambre y frustración. Para las 5:00 habíamos decidido intentar un plan diferente: nos dividiríamos. Dos de los muchachos intentarían que algún automóvil los llevara desde otro lugar, y los otros dos nos quedaríamos donde estábamos, a ver si teníamos suerte. Nuestro plan consistía en hospedarnos en el sótano de la iglesia adventista en Berlín Oeste, así que nos pusimos de acuerdo para encontrarnos en la iglesia en un plazo de doce horas. Nos dividimos, y menos de una hora después alguien se ofreció a llevarnos. ¡Finalmente nos dirigíamos a Berlín Oeste! Afortunadamente, nuestros dos amigos también consiguieron que los llevaran bastante rápido, y esa misma tarde nos encontramos en la iglesia en Berlín Oeste.
Tendemos a concluir que nuestros tiempos y nuestros planes son perfectos. La realidad es que el tiempo de Dios siempre es el perfecto. Eso significa que cuando tenemos que sentarnos pacientemente y esperar a Dios, puede ser una prueba de fe, pero Dios conoce todo el contexto.