Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Juan 3: 16, RV60.
El ll de septiembre de 2001, unos terroristas atacaron las Torres Gemelas de Nueva York, y las derribaron con miles de personas dentro. Otro ataque ese mismo día fue dirigido al edificio del Pentágono en Washington, D.C. Otro más fue frustrado cuando personas valientes en un avión secuestrado sobre Pennsylvania obligaron al avión a estrellarse antes de permitir que los terroristas hirieran a más personas.
También murieron muchos bomberos valientes en el intento de salvar a las víctimas atrapadas en los edificios que ardían. Ese fue un día oscuro en la historia de los Estados Unidos. Se guardó luto por las personas que murieron, se reconstruyeron las estructuras, y el gobierno se esforzó por encontrar a los responsables de los ataques.
Me llevó mucho tiempo asimilar esa experiencia. Tenía una amiga en una de las torres ese día, pero ella fue una de las personas afortunadas de los primeros pisos que pudieron escapar antes del colapso del edificio. Luego de hablar con mi esposa sobre todo esto, decidimos tomarnos un fin de semana para ir a la ciudad de Nueva York y a Washington, D.C., y visitar los lugares que habían sido atacados.
Sentí que esto nos daría el cierre necesario para superar todo lo que había sucedido. Unos meses después del ll de septiembre manejamos desde Míchigan hasta Washington, y luego a Nueva York, donde había reservado una habitación en un hotel. Nuestra habitación estaba en el piso quince con vista directa a la Zona Cero. Era impactante mirar hacia abajo a las personas que trabajaban incansablemente para examinar todo cuidadosamente y quitar los escombros. Después de un tiempo mi esposa se fue a dormir; yo me quedé casi hasta las 2:00, sentado en la ventana, llorando y mirando los escombros.
Los sacrificios que muchas personas hicieron ese día por el bien de otros son similares al sacrificio que hizo Jesús para salvar a la humanidad. Nuestro versículo de hoy es el más conocido de la Biblia, y un recordatorio del maravilloso sacrificio de Dios.