Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él. Proverbios 22:6.
Es probable que ninguna lectora reconozca el nombre de la protagonista del devocional de hoy: Laura Lazo.
Laura Lazo fue mi maestra de primer grado de primaria. Toda mi vida la he considerado mi heroína. Su ternura, bondad y justicia eran sobresalientes. Cuando me veía triste porque echaba de menos a mi mamá, Laura me tomaba en brazos, me acariciaba con ternura y trenzaba mi largo cabello. Sus hijas, Silvia y Leonor estaban también en la clase, pero en vez de sentir celos porque su mamá me acariciaba, se unían a ella para darme cariño. Esas muestras de afecto me motivaban a poner atención en la clase para aprender todo lo que la “Seño Lazo” enseñaba. Como resultado, mis calificaciones eran sobresalientes.
Tres años después, nos mudamos a la capital de Guatemala, y perdí contacto con la «Seño Lazo». Inmigré a los Estados Unidos, y varios años después, en uno de mis viajes a mi país, decidí buscarla. Cuando la encontré, al principio no me reconoció, pero conforme hacíamos memorias se acordó de la niñita “evangélica” que tanto llegó a querer. Me contó con lágrimas en los ojos que ese año perdió a su esposo en un accidente, y le tocó criar sola a sus dos niñas. Y agregó: “Fue el año más triste de mi vida, pero descubrí que al dar mucho amor a mis hijas y a las niñas de mi clase, especialmente a mi preferida, sentía consuelo, paz y serenidad. Mi dolor parecía aliviarse mientras de mi corazón salía afecto hacia mis alumnas”.
¡Cuántas madres y maestras, bajo la carga del dolor, se ensañan con niños inocentes, los maltratan y dejan huellas dolorosas en sus corazones que más tarde se manifiestan y erupcionan aun en crímenes horrendos!
Hace poco leí el caso de dos adolescentes que mataron a su madre porque se cansaron de sus golpes y vejaciones. “Mamá era buena, pero la muerte de nuestro padre la transformó en un monstruo. Actuaba como si nosotros hubiéramos tenido la culpa de la muerte de papá”, dijo uno de los chicos, cuando los interrogaron. Es mejor amar que odiar. “Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal” (1 Pedro 3:12). —RC