Tenía yo dieciocho años cuando llegaron a mi barrio unos seminaristas católicos y organizaron unas reuniones vespertinas en una casa. Mi hermana Reyna, que para entonces tenía catorce años, asistió. Cuando estaba por ocultarse el sol, mi mamá me envió por mi hermana. Ahí me encontré con un condiscípulo de la escuela primaria, y nos pusimos a platicar. Él también había ido por una muchacha, pero no de su familia. Ella le gustaba.
Al día siguiente, nos encontramos ahí de nuevo. Él me dijo que en su iglesia también había conferencias bíblicas, y me invitó a asistir. Era una iglesia adventista. Al concluir la reunión, mi amigo me presentó a sus padres, quienes vivían a un lado de la iglesia. Ellos me felicitaron por haber asistido, y hablamos de religión. Yo les dije que cuando hallara una iglesia que reconociera los Diez Mandamientos, me uniría a ella. Ellos me dijeron que acababa de encontrarla, pero que debía aceptar la observancia del sábado.
Repliqué diciendo que el domingo era el día de Dios. Ellos fueron por una enorme Biblia versión católica, y me pidieron que la abriera en Éxodo 20:8-11. Ahí me enteré que el sábado es el día de reposo bíblico. El siguiente sábado me presenté en la iglesia a las 9:30. Desde entonces soy adventista.
Me dieron diez estudios bíblicos, y cuando llegó el pastor, quien atendía decenas de iglesias, me bautizó. Fue en septiembre. En noviembre me dijeron que tenía que predicar. Presenté un sermón acerca del estado de los muertos. Al otro lado de la calle estaban velando a un difunto. Me pareció pertinente hablar de ese tema.
Le agradezco a Dios porque un joven adventista que andaba buscando novia entre los católicos me llevó a la iglesia. Él no podía conseguir novia en la iglesia adventista, pues las que no eran sus hermanas eran sus primas. Le agradezco a Dios porque ese joven no se avergonzó de su iglesia ni de su Dios, sino que me señaló el camino de salvación. Él conoció después a una muchacha católica, quien ahora es adventista, y sus hijos también.
¡Bendito el joven que no esconde su fe! No escondas tu fe; al contrario, háblales a otros de Cristo, o invítalos a tu iglesia, como hizo conmigo mi amigo Noé.