Los descendientes de Jonadab hijo de Recab han cumplido con la orden de no beber vino, y hasta el día de hoy no lo beben porque obedecen lo que su antepasado les ordenó. Jeremías 35:14 (NVI).
Hubo en el antiguo Israel un patriarca llamado Recab, hijo de Rimón. Este
Recab acompañó a Jehú cuando destronó al linaje del impío rey Acab y la perversa Jezabel tal y como Elías había profetizado (2 Rey. 9).
Durante aquel tiempo de apostasía, Recab, uno de los siete mil que además de Elías, no se postraron ante los dioses paganos, conjuró a su descendencia a no beber vino jamás, ni ellos ni sus hijos, ni edificar casa, ni sembrar sementera, ni plantar viña, ni retenerla, sino morar en tiendas.
Recab tuvo un hijo, Jonadab, llamado Habasinías, el cual se mantuvo fiel al voto de su padre. Habasinías tuvo, a su vez, un hijo que preservó la tradición, el cual se llamó Jeremías. A este le siguió su hijo Jaazanías.
Cuando en tiempos del rey Joacim, quinientos noventa años antes de la era cristiana, Nabucodonosor puso sitio a la impíaJerusalén, los recabitas, que moraban en tiendas en las afueras, se escondieron en la ciudad. Entonces Dios le ordenó al profeta Jeremías de Anatot reunir a los recabitas en el aposento que los hijos de Hanún tenían en el Templo, cerca del de los príncipes, y le susurró al oído una extraña orden.
Jeremías se sorprendió por lo que Dios le dijo, pero como Abraham en el monte Moria cuando llevó al sacrificio a su propio hijo sin entender el porqué, obedeció sin protestar. Mandó traer unas botijas de vino, y urgió a los recabitas a beber por mandato de Dios.
Los varones se sorprendieron. El hombre que había censurado con lágrimas la disolución de Judá pretendía embriagarlos (Jer. 35:1-9).
En asuntos de salvación no es sabio confiar en nadie. Por mandato de Dios, el profeta Jeremías estaba probando a estos hombres. Dios también nos prueba a nosotros, aprendices en la escuela de Cristo. Vivamos aferrados a los principios bíblicos. Pablo exhortó a los gálatas, y también a nosotros: «Si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema» (Gál. 1:8).