Entonces dije: Desechado soy de delante de tus ojos; mas aún veré tu santo templo La tierra echó sus cerrojos sobre mí para siempre; mas ti sacaste mi vida de la sepultura. Jonás 2:4, 6.
Jonás les «pide prestado» a los Salmos mucha de su fraseología, como también lo hacen los profetas Isaías y Jeremías, y en los versículos 4 al 6 de Jonás 2, usando un típico paralelismo de la poesía hebrea, declara las palabras de nuestro texto. Jonás sigue pensando que fue rechazado por su desobediencia, pero reafirma la convicción de que, a pesar de todo, Dios lo salva.
¿Por qué razón Jonás faltó a su compromiso de profeta de anunciar a los ninivitas esa misericordia que él mismo había recibido? Sentirse parte del pueblo escogido y creerse «el único fiel que ha quedado» fue el pecado de Jonás. El orgullo religioso es tóxico, y destruye todo sentimiento noble hacia Dios y hacia los demás. Algunos nos creemos buenos, escogidos, nos enfermamos de justicia propia, y juzgamos con intolerancia y menosprecio a los demás, como Jonás hizo con los ninivitas. La falta de misericordia parece serla marca de los que nos creemos santos». La experiencia de Jonás está en la Biblia para ayudarnos a percibir nuestro problema.
Finalmente, la oración de Jonás termina con esta promesa que le hace a Dios: «Mas yo con voz de alabanza te ofreceré sacrificios; pagaré lo que prometí. La salvación es de Jehová» (vers. 9).
¿Tienen valor nuestros «sacrificios», nuestros actos de adoración? Sí, cuando son expresiones de amor. No, cuando pretendemos ganar una bendición. La adoración y la obediencia genuina vienen del amor.
La obediencia no es un negocio que hacemos con un socio poderoso, sino que es el fruto natural del amor. El amor legitima nuestra adoración. Si amamos con corazón puro e inocente, jamás nos arrepentiremos de lo que hacemos. Si callamos, callaremos con amor; si corregimos, corregiremos con amor; si perdonamos, perdonaremos por amor. Si adoramos, adoraremos por amor.
Escucha este poema de la poetisa musulmana Rab’ia Al’Adawiyya, que escribió en el siglo VII: «Oh, mi Señor: Si te adoro por temor al castigo, castígame. Si te adoro por la esperanza del paraíso, impídeme alcanzar sus puertas. Pero si te adoro solo por ti mismo, otórgame entonces la belleza de tu rostro».
Que tu Dios sea el Dios de la gracia infinita, porque todo lo demás ¡te vendrá por añadidura!
Tomado de: Lecturas Devocionales para Adultos 2019 «Las Oraciones más Poderosas de la Biblia» Por: Ricardo Bentacur Colaboradores: Rosalba Barbosa & Gladys Cedano