Mira, oh Jehová, y considera a quién has hecho así […]. Niños y viejos yacían por tierra en las calles; mis vírgenes y mis jóvenes cayeron a espada; mataste en el día de tu furor; degollaste, no perdonaste. Lamentaciones 2:20, 21.
La fuerza de esta oración yace en la empatía del profeta por la desgracia de su pueblo.
Las espantosas escenas que se pintan en este capítulo no transcurrieron en una nación pagana sino en medio del pueblo de Dios, a quien se le había prometido las más ricas bendiciones a cambio de la obediencia (ver Gén. 12:2, 3; 15:5; 18:18; 26:3, 4). La oración de Jeremías presenta a Dios como haciendo lo que no impide. Si bien el profeta había anunciado dolor a causa de la rebeldía del pueblo (ver Jer. 35:15, 17), no cesaba, en medio de la calle llena de cadáveres, de rogar a Dios que detuviera la muerte.
Me impresiona el amor del profeta por aquel pueblo. Me gustan estas oraciones con el alma desnuda, donde aún Dios es cuestionado. Vale más una oración que le pregunta a un Dios de amor por qué permite tanto sufrimiento en el mundo que una oración nacida en la indiferencia al dolor ajeno. Nada es más fatal para nuestra religión que la indiferencia, porque endurece el corazón, y es capaz de eliminar cualquier rastro de afecto hacia los demás y aun hacia Dios.
¡Que nuestras oraciones nazcan de la empatía por los que sufren, aun por los que sufren por su culpa! Puede que nos resistamos a mirar con los ojos de otro, a escuchar con los oídos de otro y a sentir con el corazón de otro, porque no queremos sufrir, pero nada es más fatal que la indiferencia, porque ese pecado «está escrito en los cuernos de los altares» (ver Jer. 17:1); es decir, en nuestros ritos vacíos, en nuestras normas religiosas estériles.
La religión puede matar la fe. No basta con creer, con asentir intelectualmente a una doctrina. «También los demonios creen» (Sant. 2:19), pero no tienen la fe que «obra por el amor» (Gál. 5:6). Una religión que pierde de vista el dolor ajeno es estéril.
¡Pero nuestra fe puede ser viva! El don de la fe despierta la vocación de amar. La mejor oración es el amor.
Tomado de: Lecturas Devocionales para Adultos 2019 «Las Oraciones más Poderosas de la Biblia» Por: Ricardo Bentacur Colaboradores: Rosalba Barbosa & Gladys Cedano