Dorcas era una digna discípula de Jesús, y su vida estaba llena de actos de bondad. Ella sabía quiénes necesitaban ropas abrigadas y quiénes simpatía, y servía generosamente a los pobres y afligidos…
«Y aconteció en aquellos días que enfermando, murió”. La iglesia de Joppe sintió su pérdida; y oyendo que Pedro estaba en Lidda, los creyentes le mandaron mensajeros “rogándole: No te detengas en venir hasta nosotros. Pedro entonces levantándose, fue con ellos…
El corazón del apóstol fue movido a simpatía al ver su tristeza. Luego, ordenando que los llorosos deudos salieran de la pieza, se arrodilló y oro fervorosamente a Dios para que devolviese la vida y la salud a Dorcas. Volviéndose hacia el cuerpo, dijo: “Tabita, levántate. Y ella abrió los ojos, y viendo a Pedro, incorporóse”. Dorcas había prestado grandes servicios a la iglesia, y a Dios le pareció bueno traerla de vuelta del país del enemigo, para que su habilidad y energía siguieran beneficiando a otros y también para que por esta manifestación de su poder, la causa de Cristo fuese fortalecida (Los hechos de los apóstoles, p. 107).
Cada acto de sacrificio personal en favor de los demás robustece el espíritu de beneficencia en el corazón del dador y lo une más estrechamente con el Redentor del mundo, quien, por amor de vosotros se hizo pobre, siendo rico; para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” [2 Corintios 8:9]. Y solo mientras cumplimos así el designio que Dios tenía al crearnos puede la vida ser una bendición para nosotros.
Si trabajáis como Cristo quiere que sus discípulos trabajen y ganen almas para él, sentiréis la necesidad de una experiencia más profunda y de un conocimiento más amplio de las cosas divinas, y tendréis hambre y sed de justicia. Intercederéis con Dios y vuestra fe se robustecerá; vuestra alma beberá en abundancia de la fuente de salvación. El encontrar oposición y pruebas os llevará a leer la Escritura y a orar. Creceréis en la gracia y en el conocimiento de Cristo y adquiriréis una rica experiencia (El camino a Cristo, pp. 79, 80).
No es la cantidad de tiempo que trabajamos, sino nuestra pronta disposición y nuestra fidelidad en el trabajo, lo que lo hace aceptable a Dios. En todo nuestro servicio se requiere una entrega completa del yo. El deber más humilde, hecho con sinceridad y olvido de sí mismo, es más agradable a Dios que el mayor trabajo cuando está echado a perder por el engrandecimiento propio. Él mira para ver cuánto del Espíritu de Cristo abrigamos y cuánta de la semejanza de Cristo revela nuestra obra. Él considera mayores el amor y la fidelidad con que trabajamos que la cantidad que efectuamos.
Tan solo cuando el egoísmo está muerto, cuando la lucha por la supremacía está desterrada, cuando la gratitud llena el corazón, y el amor hace fragante la vida, tan solo entonces Cristo mora en el alma, y nosotros somos reconocidos como obreros juntamente con Dios (Palabras de vida del gran Maestro, p. 332).
Notas de Ellen G. White para la Escuela Sábatica. 3er. trimestre 2019 “SERVID A LOS NECESITADOS” Lección 9: «EL SERVICIO EN LA IGLESIA DEL NUEVO TESTAMENTO« Colaboradores: Silvia Garcia & Luis Campoverde