Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia. Mateo 10:8.
Helen
Cómo puede una persona ser activista social, educadora, conferenciante y periodista, sin ver ni oír, y teniendo graves dificultades para hablar? Ese fue el caso de Helen Keller. Nació viendo y oyendo, comenzó a hablar a los seis meses y a caminar al año, pero desarrolló una enfermedad conocida entonces como «fiebre cerebral», y como resultado quedó ciega y sorda.
No obstante, sus limitaciones físicas y la repercusión emocional natural en estos casos, Helen Keller se distingue por su trabajo profesional y su participación en la misión en favor de los discapacitados, tanto sordos como ciegos. A pesar de ser ciega, pudo ver más allá de lo que el ojo humano puede ver. Escribió doce libros, incluyendo una autobiografía. Conoció a grandes personajes, como los presidentes Eisenhower, Coolidge y Lyndon Johnson; al escritor Mark Twain, al filántropo Andrew Carnegie, y a los inventores Thomas Edison y Alexander Graham Bell, quien dijo que fue más agradable trabajar con los sordos que inventar el teléfono. De acuerdo a Mark Twain, Helen Keller y Napoleón Bonaparte fueron las personas más interesantes del siglo XIX.
Hoy quisiera dejar contigo la idea de que no solo se puede ver con los ojos. Se puede ver con las manos, el olfato, la imaginación y el corazón. Tal como lo ejemplifica Helen Keller, podemos ser mujeres distinguidas por nuestro aporte al bienestar de los demás. Podemos ser capaces de ver la pobreza, la angustia, la ansiedad y la agitación en el corazón de los que nos rodean cuando aparentan felicidad y bienestar. Podemos ser sensibles al grito de angustia, al clamor por ayuda, a la súplica silenciosa que ruega por una mano amiga, cuando otros parecen ignorar la necesidad ajena.
Bajo la dirección de Dios, podemos ver más allá de las tinieblas que rodean a nuestro mundo y compartir con la gente un mensaje de fe y esperanza. Salgamos hoy, amiga, a enfrentar al mundo con una nueva visión.