«Pero ellos deseaban una patria mejor, es decir, la patria celestial. Por eso, Dios no se avergüenza de ser llamado el Dios de ellos, pues les tiene preparada una ciudad». Hebreos ll: 16, DHHE
TEMO QUE NO SE HAYA MANTENIDO una lucha suficientemente firme e intensa contra el mundo, la carne y el demonio. Si hemos de empeñarnos en seguir el ejemplo de Cristo, no podemos sentirnos satisfechos con un cristianismo a medias, que comparte el espíritu egoísta y codicioso del mundo y su impiedad, y que sonríe con aprobación ante su falsedad. ¡No! Por la gracia de Dios tenemos que mantenernos firmes en los principios de la verdad, conservando firmemente hasta el fin el principio de nuestra confianza. Debemos ser «en lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor» (Rom. 12: 11). Uno es nuestro Maestro, Cristo. Hemos de fijarnos en él, y de él hemos de recibir nuestra sabiduría. Mediante su gracia hemos de preservar nuestra integridad, aceptando la Palabra de Dios como nuestra norma y permaneciendo delante del Señor con humildad y verdadero arrepentimiento.
Anhelo mucho ver la acción directa del Espíritu de Dios. ¿Se producirá alguna vez en nuestras filas como ocurrió en el pasado? «Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad y cuyo nombre es el Santo: «Yo habito en la altura y la santidad, pero habito también con el quebrantado y humilde de espíritu, para reavivar el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de los quebrantados»» (Isa. 57: 15).
La Palabra del Señor nunca coarta nuestro deseo de servicio; sino que hace posible un aumento de la utilidad al guiar nuestras acciones en la dirección correcta. El Señor no nos deja nunca sin una meta que alcanzar. Coloca delante de nosotros la eternidad con todas sus trascendentales realidades, y nos da una comprensión de los temas inmortales e imperecederos. Cristo nos presenta una verdad valiosa y ennoblecedora para que podamos avanzar por un sendero firme y seguro, en prosecución de un blanco digno de la más ferviente inversión detodos nuestros talentos.
A medida que vamos conociendo mejor al Señor aumentamos en poder. Al esforzarnos por alcanzar la norma más elevada, la Biblia es como una luz para guiar nuestros pasos hacia el cielo. En la Palabra vemos que somos miembros de la familia real, pues como hijos de Dios «somos sus herederos. De hecho, somos herederos junto con Cristo de la gloria de Dios» y «vamos a participar de su gloria» (Rom. 8: 17, NTV).
La Biblia nos señala la patria celestial y las inescrutables riquezas y tesoros del cielo. Avanzando en el conocimiento del Señor nos estamos asegurando eterna felicidad. Día tras día la paz de Dios es nuestra recompensa y por la fe contemplamos un hogar de eterna luz, libre de toda tristeza y frustración. Dios dirige nuestros pasos y nos guarda de caer, santificando y aumentando nuestras energías.—Carta 45, 13 de junio de 1901, dirigida al Hno. John A. Burden y esposa, adaptado.