«Entre las montañas de Galaad, al oriente del Jordán, moraba en los días de Acab un hombre de fe y oración cuyo ministerio intrépido estaba destinado a detener la rápida extensión de la apostasía en Israel. Alejado de toda ciudad de renombre y sin ocupar un puesto elevado en la vida, Elías el tisbita inició sin embargo su misión confiando en el propósito que Dios tenía de preparar el camino delante de él y darle abundante éxito. La palabra de fe y de poder estaba en sus labios, y consagraba toda su vida a la obra de reforma. La suya era la voz de quien clama en el desierto para reprender el pecado y rechazar la marea del mal. Y aunque se presentó al pueblo para reprender el pecado, su mensaje ofrecía el bálsamo de Galaad a las almas enfermas de pecado que deseaban ser sanadas.
»Mientras Elías veía a Israel hundirse cada vez más en la idolatría, su alma se angustiaba y se despertó su indignación. Dios había hecho grandes cosas para su pueblo. Lo había libertado de la esclavitud y le había dado «las tierras de las gentes; […] para que guardasen sus estatutos, y observasen sus leyes» (Sal. 105: 44-45). Pero los designios benéficos de Jehová habían quedado casi olvidados. La incredulidad iba separando rápidamente a la nación escogida de la Fuente de su fortaleza. Mientras consideraba esta apostasía desde su retiro en las montañas, Elías se sentía abrumado de pesar. Con angustia en el alma rogaba a Dios que detuviera en su impía carrera al pueblo una vez favorecido, que le enviara castigos si era necesario, para inducirlo a ver lo que realmente significaba su separación del Cielo. Anhelaba verlo inducido al arrepentimiento antes de llegar en su mal proceder al punto de provocar tanto al Señor que lo destruyera por completo».
Juan el Bautista tuvo una experiencia parecida: «Juan había de salir como mensajero de Jehová, para comunicar a los hombres la luz de Dios. Debía dar una nueva dirección a sus pensamientos. Debía hacerles sentir la santidad de los requerimientos de Dios, y su necesidad de la perfecta justicia divina. Un mensajero tal debía ser santo. Debía ser templo del Espíritu de Dios. A fin de cumplir su misión, debía tener una constitución física sana, y fuerza mental y espiritual. Por lo tanto, le sería necesario dominar sus apetitos y pasiones. Debía poder dominar todas sus facultades, para poder permanecer entre los hombres tan inconmovible frente a las circunstancias que le rodeasen como las rocas y montañas del desierto.
»En el tiempo de Juan el Bautista, la codicia de las riquezas, y el amor al lujo y a la ostentación, se habían difundido extensamente. Los placeres sensuales, banquetes y borracheras estaban ocasionando enfermedades físicas y degeneración, evitando las percepciones espirituales y disminuyendo la sensibilidad al pecado. Juan debía destacarse como reformador».
PARA COMENTAR
1. ¿Qué atributos deberíamos poseer con el fin de calificar como mensajeros de Dios?
2. ¿En qué sentido nuestra situación es parecida a la de Elías o la de Juan?
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Lección de Escuela Sabática Para Jovenes Universitarios 2019. 2do trimestre 2019 “Estaciones de la vida” Lección 13: «Conversaciones en e tiempo del fin» Colaboradores: Israel Esparza & Misael Morillo