Isadora Duncan, la gran bailarina del siglo XX, murió por un descuido. Su chal se le enredó en una de las ruedas de su carro y, al ponerlo en marcha, murió estrangulada.
El general Antonio López de Santa Anna se descuidó y fue vencido por los texanos y sus refuerzos de Tennessee. Había ganado la batalla de El Álamo, pero en vez de permanecer alerta se fue a dormir a San Jacinto. Ahí fue apresado, y México perdió Texas.
Josué se descuidó, no pidió instrucciones a Dios antes de atacar la ciudad de Hai, y en el primer intento fue derrotado.
A Goliat, un descuido le costó la vida. Fue a la batalla con la frente descubierta y ahí le dio la piedra lanzada por David.
Sansón descuidó su relación con Dios, y le entregó a Dalila el secreto de su fuerza física.
Los filisteos se descuidaron, y no mataron a Sansón, solo le sacaron los ojos. Luego dejaron que le creciera el cabello, y en la fiesta de Dagón Sansón mató más filisteos que cuando andaba libre.
David se descuidó, y el diablo lo tentó tan fuertemente que adulteró, mintió y asesinó.
En vez de velar y orar como el Maestro le indicó, Pedro se durmió en el Jardín del Getsemaní, y cuando llegó la prueba máxima para su fe, negó a su Señor.
El cristiano debe velar, como nos aconsejó el Maestro. En Mateo 24, al abordar el tema del fin del mundo, los discípulos le preguntaron a Jesús por una fecha y él contestó con una acción. Ellos le preguntaron, «Cuándo» (Mat. 24:3), y él les contestÓ: «Velad» (Mat. 24:42, 25:13). El siervo fiel y prudente (Mat. 24:45) no se va a comer y beber con los borrachos (Mat. 24:49); se mantiene velando.
No te descuides, porque tu enemigo «como león rugiente anda alrededor buscando a quien devorar» (l Ped. 5:8).