«Que el Dios de paz los mantenga completamente dedicados a su servicio.Que los conserve sin pecado hasta que vuelva nuestro Señor Jesucristo [Él los eligió para ser parte de su pueblo, y hará todo esto porque siempre cumple lo quepromete». I Tesalonicenses 5: 23, 24, TLA
ESTUDIANDO LA PALABRA de Dios y practicando sus enseñanzas […l, podemos discernir claramente qué espíritu controla nuestras acciones. En lugar de seguir nuestros impulsos e inclinaciones naturales, podemos aprender, mediante un estudio diligente, los principios que debieran controlar a los hijos e hijas de Adán.
La Biblia es la guía que eliminará los obstáculos que surgen en una mente dominada por el egoísmo; pues ella es el reflejo de la sabiduría de Dios, y no solo nos presenta los principios y valores morales fundamentales, sino que también nos da lecciones prácticas para la vida y la conducta. La Palabra de Dios ofrece indicaciones concretas que determinan nuestra relación con Dios y con el prójimo. La Biblia es una revelación completa de los atributos y de la voluntad divinos en la persona de Jesucristo, y en ella se especifica la obligación que tenemos de rendir a Dios un servicio de todo corazón, y de preguntarnos a cada paso: «¿Es este el camino del Señor?» […]
La voluntad de todo ser humano debiera estar bajo la disciplina y el control divinos, porque la fuerza de voluntad resulta peligrosa si se ejerce para proyectos egoístas. L.] Una perversidad engañosa se desarrolla en las mentes de aquellos cuyos ojos no están ungidos con el colirio celestial a fin de que puedan ver todas las cosas a la luz de la Palabra de Dios. La voluntad se esclaviza, y tiende a proseguir en una conducta que la Palabra de Dios no aprueba. La voluntad no debe colocarse bajo el control de ninguna otra persona; pues al hacerlo, la fuerza de voluntad se vuelve engañosa.
La voluntad de Dios expresada en su Palabra debe penetrar hasta lo más íntimo de nuestro ser. Si se lo permitimos, Dios implantará su voluntad en todos nuestros pensamientos y propósitos, armonizando de tal manera nuestros sentimientos y pensamientos con su Palabra, que cuando obedezcamos su divina voluntad estaremos tan solo ejecutando nuestros propios impulsos. Así la nuestra no será una disposición no santificada y egoísta, lista para imponer nuestros deseos, sino que manifestaremos un celo ferviente y decidido por la gloria de Dios. Ya no querremos hacer nada con nuestras propias fuerzas, y quedaremos bien protegidos contra el peligro de la exaltaciónde nuestro ego.
Todos los que quieran perfeccionar el carácter cristiano deberán llevar el yugo de Cristo. Si hemos de sentarnos «en los lugares celestiales» (Efe. 1: 20; 2: 6) con Cristo Jesús, tenemos que seguir aprendiendo de él. Nuestra naturaleza necesita disciplina. Debe conformarse a la naturaleza de Jesús, a fin de que él pueda cumplir el bien que quiere hacer por todos aquellos que se someten para ser modelados, mediante la sumiSión de su naturaleza a su autoridad. El gran Maestro se unirá en yugo con todo aquel que esté dispuesto a llevar ese yugo.—Carta 22, 22 de junio de 1896, dirigida a un administrador de la iglesia deAustralia, adaptado