No me arrebates juntamente con los malos. Salmo 28:3.
Este texto repite la súplica del Salmo 26:9: «No arrebates con los pecadores mi alma». Y en sus palabras escuchamos el eco de Mateo 6:13: «No nos dejes caer en tentación» (NVI).
«Nadie está graduado en el arte de la vida mientras no haya sido tentado» reflexionaba sabiamente la escritora inglesa George Eliot.
Sé de este asunto de caer en la tentación. También el apóstol Pablo lo conocía. Abre su corazón y se desangra: «Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí» (Rom. 7:19, 20).
Sometido al poder de la tentación, uno puede llegar a pensar que la única manera de robarle la fuerza es cayendo en ella. El irónico escritor irlandés Oscar Wilde decía que esa era la mejor manera de enfrentarla. Pero es todo lo contrario. Su poder destructivo no tiene límites. Resbalar en la tentación nos deja lejos del camino. Para retomarlo, la vuelta siempre es cuesta arriba, con sacrificio. Doloroso es el retorno, aunque nos madura. Finalmente, el que más ama es al que más se le perdonó. Toda caída deja siempre una cicatriz; pero ¿no son acaso esas cicatrices lo que le da estatura y dignidad al guerrero?
La tentación es una carnada transparente que deja ver el anzuelo… y sin embargo para ahí vamos. Asombra nuestra capacidad de autodestrucción. La tentación es universal; y atrae al ser humano como el fulgor de la hoguera atrae a los insectos en dirección del fuego. El fuego del mal quema a todos lo que se exponen. Y a los que no se exponen también. Todos los seres humanos estamos expuestos al mal. Nacemos con esta tendencia al mal que alimenta la tentación (ver Sal. 51:5).
El poder para vencer la tentación no está en ti, pero sí en Cristo. El mismo apóstol que confiesa su vulnerabilidad ante el pecado declara: ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro» (Rom. 7:24, 25).
En el ruego de David estaba su salvación. En la oración sincera y profunda está tu poder.
Tomado de: Lecturas Devocionales para Adultos 2019 «Las Oraciones más Poderosas de la Biblia» Por: Ricardo Bentacur.
Colaboradores: Rosalba Barbosa & Gladys Cedano