Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí; de cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios, entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en festa. Salmo 42:4.
¿Cuán feliz eres con Dios?
Luego de que David expresara su sed de Dios (Sal. 42:1, 2), nos encontramos con el texto de hoy, que nos da una clave de cuándo y cómo buscar a Dios en oración. El poeta conducía a la multitud a la casa de Dios con «voces de alegría y alabanza» (vers. 4).
El texto de 2 Samuel 6 nos dice que David saltaba con alegría cuando alababa a Dios. Las diferentes culturas expresan su alabanza y sus oraciones de diferentes maneras. Puede que, en nuestra cultura, saltar y danzar para expresar la alegría del Señor en nuestro corazón sea «inaceptable», pero jamás podremos pontificar desde nuestra cultura en cuanto a las cosas sagradas. He visto hermanos en la fe de otros continentes que gritan, aplauden, levantan las manos, cantan, tocan toda clase de instrumentos, y expresan bíblica y legítimamente su amor a Dios con mucha pasión. Yo no salto cuando Dios me hace feliz, pero ¿no está más cerca de Dios el que danza de gozo divino que aquel cuyo rostro exuda el vicio de la «rectitud»?
¿Podemos buscar a Dios con gozo? Sí, y de hecho, la manera más rápida para llegar ante la presencia de Dios es por medio de la alabanza. Sin embargo, no siempre comienza con un sentimiento de gozo. Incluso, podríamos sentirnos muy tristes y deprimidos, pero si nos disciplinamos para pensar de otra manera (Col. 3:2), y comenzamos a alabarlo y darle gracias, nuestro espíritu comienza a elevarse. Las oraciones de los Salmos nos ayudan en esto. Cuando no puedas alabar con gozo, ¡lee un Salmo! Comenzarás a orar con alegría.
En Proverbios 7:15, leemos: «Por tanto, he salido a encontrarte, buscando diligentemente tu rostro, y te he hallado». Diligentemente implica trabajo. Hay que «trabajar» para conocer a Dios. Hay que buscarlo diligentemente. Y Dios te premiará. Porque «Dios premia a los que le buscan» (Heb. 11:6). El premio de Dios es la alegría en tu corazón.
La oración secreta, en tu aposento, y la pública, en el templo, encenderán siempre el gozo de Jesús en tu corazón.