Fue lamentable. Varios años de un fiel servicio se vieron empañados por la mala decisión de un día, que habría de destruir al reino de Israel. El rey Ezequías debe de haber sufrido una gran depresión mientras hablaba con el profeta Isaías. Dios había sido muy bueno con él: lo había sanado, le había dado una señal que modificaba el curso de la naturaleza y que literalmente hacía retroceder el tiempo. Fuera de Israel, la señal no había pasado desapercibida y los embajadores de Babilonia habían llegado para preguntar acerca de este poderoso Dios. Pero en lugar de exaltar las grandezas de Dios, Ezequías pasó el día pavoneándose, mostrando sus riquezas, para luego despedir a sus visitantes. ¿Qué habían visto en su casa? Un gran brillo y mucho oro, pero ni un atisbo de Dios. Isaías entra y Ezequías reconoce lo que ha hecho. Una oportunidad desperdiciada: un reino amenazado.
¿Cuándo fue la última vez que experimentaste el dolor del arrepentimiento? No estoy hablando de pequeños arrepentimientos por comenzar un proyecto demasiado tarde, o por haber estudiado muy poco. En mi experiencia, el arrepentimiento más doloroso es el que han causado mis palabras descuidadas, o acciones que hirieron a alguien. La mayor parte de las veces esa persona es alguien de mi propia «casa» o cercana a ella: un miembro de la familia, un compañero de cuarto, un ser querido…
La familiaridad nos cohíbe de manifestar nuestro mejor comportamiento. Nuestros verdaderos caracteres salen a la luz en presencia de aquellos que están más cercanos a nosotros. Si bien debemos aprovechar las relaciones cercanas para llevar a los demás a Jesús, con demasiada frecuencia nos centramos en nosotros mismos y per-demos oportunidades de mostrar el amor de Dios.
En varios capítulos del libro de Deuteronomio se advierte repetidamente a los hijos de Israel que no olviden la liberación de Egipto ni los mandamientos que Dios les dio. «Grábate en la mente todas las cosas que hoy te he dicho, y enséñaselas continuamente a tus hijos; háblales de ellas, tanto en tu casa como en el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes» (Deut. 6: 6-7). Úsalos, muéstralos, recítalos; jamás permitas que la Palabra de Dios esté lejos de tu mente.
Quizás aquí es donde Ezequías actuó mal. El rey fue fiel en muchas cosas, pero el día de la visita de los embajadores olvidó hablarles del poder de Dios. Centró la atención de sus visitantes en sí mismo y en sus posesiones. Cada uno de nosotros debe hacer un compromiso de corazón para mantener la Palabra de Dios siempre presente en sus vidas, no tan solo cuando salimos, sino especialmente cuando estamos en casa.
PARA COMENTAR
¿Cuándo fue la última vez que dijiste o hiciste algo que luego habrías de lamentar? ¿Por qué crees que sucedió eso?
¿Cómo puedes hacer que la Palabra de Dios se convierta en el eje de todo lo que haces a diario?
Lección de Escuela Sabática Para Jovenes Universitarios 2019. 2do trimestre 2019 “Estaciones de la vida” Lección 12: «¿Qué han visto en tu casa?» Colaboradores: Israel Esparza & Misael Morillo