«Procuren, hermanos, que ninguno de ustedes tenga un corazón incrédulo y perverso que lo aparte del Dios viviente. Más bien exhórtense unos a otros día tras día mientras dura ese «hoy», para que la seducción del pecado no endurezca sus conciencias». Hebreos 3: 12-13, LPH
QUERIDA HERMANA: […] Tenemos «una esperanza que es para nuestra vida como un ancla firme y segura, y que penetra hasta lo más interior del Santuario, adonde, abriéndonos camino, ya ha entrado Jesús, constituido Sumo Sacerdote para siempre según el rango de Melquisedec» (Heb. 6: 19-20, DHH).
Tenemos muchos motivos para confiar en Dios y para llevar todas nuestras preocupaciones y ansiedades a Cristo Jesús, de modo que podamos familiarizamos más con él. No debiera ser algo difícil recordar que el Señor Jesús desea que le llevemos todos nuestros problemas y perplejidades. Presentémoselos al Señor en oración, y luego dejemos nuestras perplejidades y cargas en sus manos. Qué bien nos sentiremos cuando lo hayamos hecho! Podemos dirigimos a Dios como un niño que acude a sus padres, diciendo: «Señor, he cargado con mi ego por largo tiempo como si pudiera salvarme a mí mismo. Mis cargas son demasiado pesadas para seguir llevándolas. Tú puedes hacerlo por mí». Y él nos responderá: «Las tomaré. «Yo te amo con amor eterno. Por eso te he prolongado mi misericordia» (Jer. 31:3)».
El amor divino es tan intenso como tiemo, «porque fuerte como la muerte es el amor» de Jesús (Cant. 8: 6), pues murió para ganar nuestro amor, para conseguir que descansemos más plena y enteramente en él, y para unimos místicamente a él por toda la eternidad. El amor de Jesús se expresa más tiernamente que el de una madre por su hijo. El amor más tiemo que conocemos es el de una madre por su hijo, pero el amor de Jesús lo sobrepasa. Los afectos de las madres pueden cambiar; una madre puede llegar a ser cruel; pero Jesús nunca, nunca se mostrará indiferente, despiadado o cruel con sus hijos.
Por lo tanto, nunca, nunca debemos mostrar desconfianza o falta de fe en él. Tan fuerte es el amor de Jesús que controla todos los afectos de nuestra naturaleza y emplea todos sus vastos recursos para hacer bien a su pueblo. Su amor es perdurable, «en el cual no hay mudanza ni sombra de variación» (Sant. 1: 17). No deshonremos nunca a Dios dedicando todas nuestras energías a nosotros mismos, fijando nuestra atención sobre nosotros y teniendo constantemente en vista nuestro propio beneficio.
Contemplemos a Jesús, que es «el autor y consumador de la fe» (Heb. 12:2). No hagamos como hasta ahora. No nos angustiemos por las supuestas cargas del mañana, sintiéndonos miserables. Hemos de desempeñar animosamente nuestros deberes de cada día. Tengamos hoy fe. Confiemos hoy en Jesús. Hoy puedo mirar a Cristo y vivir. Hoy puedo poner mi confianza en Dios. Hoy descansaré en quietud y paz, mantenida por el poder de Dios. Digamos: «Hoy glorificaré al Señor teniendo ánimo y sintiéndome feliz en la seguridad de su amor».
Con todo mi afecto, Elena G. de White.—Carta 48, 15 de junio de 1896, dirigida a una hermana que necesitaba aliento.