«El ángel de Jehová acampa alrededor de los que lo temen, y los defiende». Salmo 34: 7
ERA UNA NOCHE OSCURA. Más oscura todavía en la cueva de Adulam donde David estaba escondido temblando de miedo, perseguido por Saúl. El Salmista huía al sur, y llegó a la tierra de los filisteos, donde fue capturado. Llevado ante Aquí, rey de Gat, fingió estar loco. «Se fingió loco entre ellos —dice el relato—, y escribía en las portadas de las puertas, y dejaba correr la saliva por su barba» (1 Sam. 21: 13). Aquí tuvo compasión y lo mandó soltar. David entonces anduvo errante por el desierto hasta llegar a la cueva de Adulam, donde se escondió durante varios meses y donde escribió el Salmo 34. En él presenta el camino para librarse del miedo que invade la vida cuando llegan dificultades aparentemente insolubles.
El Salmista trata hoy de hacerte ver a ti, con los ojos de la fe, lo que tus ojos físicos no pueden ver. Dice él: «El ángel de Jehová acampa alrededor de los que lo temen, y los defiende». Tú nunca estás solo cuando la tormenta llega. Debían de ser las cuatro de la mañana cuando llegamos al río aquella madrugada fría del mes de septiembre. Estábamos viajando rumbo a Crucero, el punto más alto del altiplano peruano. Crucero es una ciudad bucólica, enclavada en las montañas a cuatro mil metros sobre el nivel del mar. Uno de nuestros equipos había partido para allá la noche anterior para preparar los detalles de nuestra llegada, pero al llegar al río, aquella mañana encontramos la camioneta del equipo atascada, siendo casi arrastrada por la corriente.
Dos mujeres empujaban el vehículo, descalzas, con los pies dentro del agua fría, con temperatura bajo cero. Todos los esfuerzos parecían inútiles, cuando de repente vimos aparecer un jeep. El chofer sacó una cuerda de acero, ató la camioneta, la arrastró al otro lado, guardó luego el cable de acero y desapareció misteriosamente. ¿Quién llamó a aquel hombre en los prados solitarios del altiplano? ¿De dónde vino para ayudarnos? Vi lágrimas en los ojos de mis compañeros. Vi la emoción escrita en sus rostros. Nadie decía nada, pero todos sabíamos que era el cumplimiento de la promesa divina: «El ángel de Jehová acampa alrededor de los que lo temen, y los defiende».