Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie. Santiago 1:5, NVI.
Hace pocos años, tuve una charla en una iglesia en Santa Cruz, California. El sábado de tarde tenía unas horas antes de la siguiente presentación, y la familia con quien me estaba hospedando me ofreció un paseo por la zona. Santa Cruz se encuentra al norte de la bahía de Monterrey, así que subimos al automóvil y manejamos por la costa. Nos detuvimos en un pequeño pueblo playero llamado Capitola. La marea estaba baja y tuvimos la oportunidad de explorar algunas partes de la costa difíciles de acceder con marea alta. Caminamos por la playa y vimos muchas rocas y elementos marinos. En un momento vimos una gran vértebra de ballena incrustada en una roca. Un poco más adelante, exploramos el acantilado y encontramos una gran concentración de fósiles saliendo de la roca. Parecía que cuanto más avanzábamos, más fascinantes eran las cosas que descubríamos. Pero teníamos que ser cuidadosos y vigilar la hora en que volvería la marea. Si no volvíamos a tiempo, llegaría la marea y quedaríamos atrapados en una playa contra un acantilado.
¡No es un buen lugar para quedar varado!
Mientras explorábamos, teníamos un ojo en el reloj, para asegurarnos de volver a la playa antes que llegara la marea. Lo calculamos perfectamente, porque justo cuando llegábamos a la salida, las olas nos dejaban unos pocos metros de tierra seca sobre la cual escapar. Si no hubiéramos decidido volver a cierta hora, hubiéramos estado en graves problemas.
A menudo no nos damos cuenta de la importancia de las «pequeñas» decisiones que tomamos todos los días. A veces, esas «pequeñas» decisiones son en realidad enormes, potencialmente impactantes para nuestra vida.
Es importante pedirle sabiduría a Dios. Afortunadamente, nuestro versículo de hoy nos recuerda que Dios es generoso.