«No ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotms, para que el mundo crea que tu me enviaste. Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno». Juan 17: 20-22
TODOS NECESITAMOS AYUDA de otros. El Señor obra en otras mentes además de las nuestras. Los diversos dones entregados a diferentes individuos deben combinarse para «perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo» (Efe. 4: 12).
El Señor Jesús sanará nuestras flaquezas y debilidads. Le pertenecemos. Somas por creación y por redención. debemos estar unidos a él. Cristo es la única fuente de sanidad. Todo poder restaurador procede de él. Ha abierto «una fuente para lavar del pecado y de la impureza a la casa real de David y a los habitantes de Jerusalén» (Zac. 13: 1, DHH). Extiende a cada uno la invitación a acudir a él y encontrar sanidad, a beber del agua de la vida. No confiemos en nosotros mismos, sino en Jesús.
Siempre habrá obstáculos delante de nosotros pero hemos de seguir a nuestro Líder y enfrentar las dificultades unidos, tomados de la mano. Hay un solo camino al cielo. Es preciso andar tras las huellas de Jesús, actuando como él al cumplir la voluntad de su Padre. Debemos estudiar sus caminos, no las sendas humanas; debemas seguir su voluntad y no la nuestra; debemos caminar con prudencia. No seamos autosuficientes. No hagamas ningún movimiento sin haber consultado antes con nuestro Comandante. Pidamos con toda humildad en oración y recibiremos.Él es «el camino, la verdad y la vida»
(Juan 14: 6).
Hemos de leer, con actitud reflexiva, la oración que Cristo elevó justamente antes de los acontecimientos que lo llevarían a la cruz, que se registra en el capítulo 17 de Juan. Si seguimos las indicaciones que ahí se nos dan, alcanzaremos la unidad. Nuestra única esperanza de alcanzar el cielo radica en ser uno con Cristo. Entonces, y a través de Cristo, lograremos la unidad. Nadie es llamado a caminar solo. «Nuestro Salvador Jesucristo […] quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio» (2 Tm. 1: 10). Él abrió el camino al reino de los cielos a los que creen en él, pero no asigna a nadie un sendero diferente de aquel que todos deben transitar. Él pide unidad y tenemos que conseguirla. Dios nos pide que sumerjamos nuestro yo en Cristo. Para nadie resulta esto fácil. Pero mediante el poder de la encamación de Cristo —«Dios fue manifestado en came» ( I Tm. 3: 16)—la fortaleza de Dios se revela en y belleza. «Pero a quienes lo recibieron y creyeron en él, les concedió el privilegio dellegar a ser hijos de Dios» (Juan 1: 12, DHH). Mediante este poder podemos vencer nuestras malas tendencias y modificar así nuestras disposiciones imperfectas, de tal manera que la voluntad de Dios pueda cumplirse en nosotros.—Carta 79, 7 de mayo de 1903, dirigida a John A. Burden, que trabajaba en el Sanatorio de Australia y su esposa