«Los discípulos se acercaron a Jesús y le Preguntaron: «¿Quién es el más importante en el reino del cielo?» Jesús llamó a un niño pequeño y lo puso en medio de ellos. Entonces dijo: «Les digo la verdad, a menos que se aparten de sus Pecados y se vuelvan como niños, nunca entrarán en el reino del cielo». Así que el que se vuelva tan humilde como este Pequeño es el más importante en el reino del cielo». Mateo 18: 1-4, NTV
LEAN LAS INDICACIONES QUE ofrece el capítulo 18 de Mateo. No encontraremos nada más importante en todos los mensajes divinos; y sin embargo, el Señor es deshonrado, y su causa perjudicada, porque precisamente en los señalados en ese capítulo. Sus indicaciones son para ustedes, para mí, y para todos los que pretenden ser discípulos del manso y humilde Jesús. El nos muestra los principios en los cuales debemos basamos para actuar en todo caso y bajo cualquier circunstancia. No debe haber lucha por la supremacía. Cristo enseña que en su reino espiritual, no es la posición ni el esplendor exterior ni la autoridad lo que constituye la grandeza, sino la excelencia manifstada en la verdadera conversión.
Hemos de estar dispuestos a aprender de Cristo en todo momento. Él nos invita: «Ustedes viven siempre angustiados y preocupados. Vengan a mí, y yo los haré descansar. Obedezcan mis mandamientos y aprendan de mí, pues yo soy paciente y humilde de verdad. Conmigo podrán descansar» (Mat. 11: 28-29, TLA). Ese «yugo» [el de la obediencia) «es suave» para que todo discípulo suyo sea como él «humilde y apacible» (Mat. 11: 29, 30, NBD).
En nuestros quehaceres cotidianos, en nuestras relaciones, tanto con creyentes como con incrédulos, debemos poner de manifiesto los principios presentados en las Escrituras, honrando a Cristo mediante la revelación de su mansedumbre y su profunda humildad. Las enseñanzas de Cristo deben ser para nosotros como las hojas del árbol de la vida. Cuando comamos y asimilemos el pan de vida revelaremos un carácter equilibrado. Manteniéndonos unidos, no menospreciando a nadie, daremos al mundo un testimonio viviente del poder de la verdad. No necesitaremos preocuparnos por ser valorados debidamente, a menos que por lo único que luchemos sea para estar siempre en primer plano. Si todos tuviéramos concepciones más elevadas y más grandes de Cristo, si tuviéramos mayor confianza en él, y menos confianza en nosotros mismos, nuestros caracteres serían plasmados y modelados de acuerdo con la semejanza divina. Cuando el ego se oculta en Cristo, el Salvador aparece como alguien sumamente compasivo «y descollante entre diez mil» (Cant. 5: 10. LPH).
Cuando nos sometemos por completo a Dios, comiendo del «pan de vida» y bebiendo del «agua de vida» (Juan 6: 35, 48; Apoc. 22: 1), crecemos en Cristo. Nuestros caracteres se forman de lo que la mente se nutre. Mediante la Palabra de vida, que recibimos, y obedecemos, llegamos «a ser partícipes de la naturaleza divina» (2 Ped. 1: 4, RVC). Entonces todo nuestro servicio refleja la semejanza divina, y Cristo, no el hombre, es exaltado.—Carta 63, 2 de mayo de 1900, dirigida a una familia que vivía en Massachusetts, Estados Unidos, adaptado.