Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Lucas 15:28.
En la historia del hijo pródigo Jesús incluyó la del hijo mayor, quien representa a los creyentes que no toleran a sus nuevos hermanos que vienen de la perdición.
Cuando el padre le dio al hijo menor la tercera parte de sus bienes, le entregó el doble al hijo mayor, pues eso le correspondía por ley. El muchacho disoluto malgastó lo suyo, y como no pudo mantenerse, regresó a casa, pero a su hermano eso no le agradó.
El padre le hizo ver que su hermano debía ser recibido con alegría, pues ya lo daban por muerto, pero el hijo mayor se quejó. Dijo que el padre no le hacía fiesta a él, que no le daba nunca un cordero para comer con sus amigos, y juzgó duramente a su hermano.
El hijo mayor no reconocía el amor de su padre; su hermano sí. Fue el recuerdo del amor paterno lo que lo indujo a volver. El hijo mayor no apreciaba la herencia que recibió. Fue gracias a la insistencia de su hermano, que a él le dieron el doble. Antes de la muerte de su padre, ya él tenía su parte de la herencia. Gracias a la sabiduría y el consejo del padre, su herencia se estaba multiplicando.
La historia del hijo mayor tiene un final inconcluso. No dice si entró a participar de la fiesta. El hijo mayor representa a los hombres religiosos que criticaban a Jesús porque comía con pecadores. Ellos lo tenían todo. Vivían del templo de su Padre. La religión era su negocio. Eran hijos de Abraham, ayunaban, oraban en público, ofrendaban con fanfarrias.
Los escribas y fariseos no querían compartir su alcurnia ni su religión con esos ignorantes y disolutos. Pero estaban ciegos. No advertían su desesperada condición. Llamaban pecadores a los otros, pero eran ellos los que estaban perdidos en su legalismo, en su intolerancia y en su hipocresía. Y esos santurrones llevaron a Jesús, Dios mismo, a la muerte.
La próxima vez que veamos en la iglesia a una persona que acaba de salir del fango, tal vez cubierta de tatuajes y aretes, con ojos hundidos y un vocabulario aún vulgar, pensemos en el Padre que los ha recibido con besos y abrazos, y que ha organizado una fiesta para ellos. Démosle a nuestra historia un final feliz y entremos a la fiesta del evangelio.