«Fortalezcan a los que tienen cansadas las manos, y animen a los que tienen débiles las rodillas. Digan a los de corazón temeroso: ‘Sean fuertes y no teman, porque su Dios viene para destruir a sus enemigos; viene para salvarlos»». Isaías 35: 3-4, NTV
¿QUIÉN SE REVESTIRÁ AHORA del manto de la justicia de Cristo, que no tiene mancha ni arruga, de tal modo que Satanás no pueda señalar con escarnio la suciedad de las vestiduras que ahora lo cubren? Hemos de mantener la conciencia limpia y pura. No tenemos tiempo para dedicarlo a descubrir los errores de los demás. Fijémonos en los nuestros, y hagamos que los descarriados se sientan avergonzados por el sincero y solidario interés que manifestemos por ellos. Un cristiano ha de ser altamente sensible a las necesidades de los demás; pues sabe que son propiedad de Cristo, y estará siempre atento para encontrar oportunidades de ayudar a todo el mundo.
La envidia, las sospechas, las calumnias.y las críticas, que no se nombren siquiera entre los seguidores de Jesús. Estos defectos son la causa de la actual debilidad de la iglesia. Tenemos un modelo perfecto, la vida de Jesús. Debe ser nuestro mayor anhelo hacer lo que él hizo, vivir como él vivió, a fin de que muchos, al ver nuestras buenasobras, puedan ser inducidos a glorificar a Dios. La bendición del Señor descansará sobre nosotros en la medida en que tratemos de beneficiar a los demás cumpliendo la labor que Cristo nos enseñó a hacer al venir él a este mundo.
Dios dio a su Hijo unigénito para que muriera por esta raza nuestra de rebeldes «para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3: 16). ¿Por qué no avanzamos actuando tal y como Dios nos lo ha indicado? ¿Cómo puede ser que haya alguien que se dedique a complacer al enemigo destruyendo la obra de otros, utilizando los talentos que Dios le dio para destruir la esperanza de las almas y empujarlas al desánimo? En todas las congregaciones hay jóvenes que necesitan la ayuda de un fuerte y cálido apretón de manos; de un interés amante por ellos como el de Cristo, que impedirá que se vayan de la iglesia. Pongamos fin a las disputas por pequeñeces. Las palabras ásperas han de ser desterradas, pues no llevan a nada bueno. No digamos absolutamente nada que no sea para bien, y apoyemos a los que han errado, apoyándolos y atrayéndolos a Cristo. Digámosle a Satanás que no puede retenerlos porque son propiedad del Salvador. No den al diablo la oportunidad de introducirse en nuestras filas. «No vine para condenaral mundo, sino para salvarlo» (Juan 12: 47, DHH), declaró Cristo. Los ángeles son enviados desde las cortes celestiales, no para destruir, sino para proteger y apoyar a las almas en peligro, para salvar a los perdidos, para traer a los extraviados de nuevo al redil. ¿No tenemos, entonces, cariñosas palabras de ánimo para los perdidos y extraviados, que surjan de un corazón compasivo? ¿Los vamos a dejar que perezcan? O ¿les extenderemos una mano ayudadora? A nuestro alrededor hay almas que están en peligro de perecer. ¿No oraremos por ellas y haremos todo lo posible por rescatarlas? ¿No vamos acaso a atraerlas al Salvador «con cuerdas de amor» (Ose. 11: 4)? Dejémonos de reproches y pronunciemos palabras que inspiren fe y valor. Que vean en nosotros una vida cristiana consecuente.—Manuscrito 36, 13 de abril de 1904, «La vida nueva en Cristo»