«No te pido que los saques del mundo, sino que los protejas del mal. Así como yo no soy del mundo, ellos tampoco son del mundo. Conságralos a ti mismo por medio de la verdad; tu Palabra es la verdad. Como me enviaste a mí entre los que son del mundo, también yo los envío a ellos entre los que son del mundo». Juan 17: 15-18, DHHA
LA ASIMILACIÓN ES UNA LEY de la naturaleza humana. Con perseverancia incansable Satanás se esfuerza por hacer uso de esa ley establecida por Dios para ser un poder para el bien, con el propósito de llevar adelante sus planes. El diablo trata con ello de mezclar principios justos e injustos a fin de que, por medio de esa mezcla, el pecado pierda su apariencia ofensiva. Satanás mezcla la paja con el trigo.
Los justos no debieran unirse con los incrédulos si no es con el propósito de restaurar los principios de verdad que han sido casi completamente anulados. El que trata de ayudar y beneficiar a los demás tiene que depender por completo de la provisión invisible, pero esencial, de gracia y fortaleza. Debe cooperar con Dios, si es que ha de tener éxito en la salvación de las almas que están a punto de perecer. Debe asociarse estrechamente con los agentes divinos, obteniendo mediante la fe, la gracia que tanto necesita para resistir a los elementos de la injusticia.
Cristo vio a Satanás copiando el modelo celestial por medio del uso de las relaciones humanas, extendiendo así el contagio del mal, y decidió hacer de la iglesia un elemento de resistencia. El pueblo de Dios no ha de ajustarse a los hábitos y costumbres del mundo; sino que debe estar impulsado por los principios que hacen de la iglesia sobre la tierra un símbolo de la iglesia del cielo, un canal a través del cual puedan fluir las ricas bendiciones del cielo.
Puede lograrse un bien incalculable cuando el justo hace esfuerzos para alcanzar a los impíos. No obstante, demasiado a menudo quienes deben conducir a los pecadores a Dios no los atraen juntamente con Cristo. […] Los miembros de iglesia tenemos el sagrado deber de formar caracteres diferentes en todo aspecto de los caracteres de los mundanos. Si no se produce un cambio en ellos antes de su unión con la iglesia, existe el peligro de que, aunque se hayan unido a ella, sigan siendo semejantes a los mundanos. Satanás triunfa cuando ve la levadura del mundo actuando en la iglesia para destrucción de su pureza y santidad.
Es el plan de Dios que en su iglesia las influencias celestiales se fortalezcan y estimulen por la cooperación de sus miembros con él. Su pueblo debe aumentar en poder y eficacia, sabiendo que la atmósfera que rodea a los sinceros creyentes es la propia atmósfera de pureza, luz y amor celestiales. Mediante la confraternización cristiana hemos de desarrollar nuestros caracteres, asimilándolos al de Cristo. En armonía con nuestra fe, hemos de asemejarnos a Jesús en mansedumbre y humildad. A medida que el pueblo de Dios trata de cumplir este plan está contestando la oración de Cristo: «Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad» (Juan 17: 17).—Manuscrito 27, 19 de abril de 1900, «El propósito de Dios para su pueblo».