«Nuestro Sumo Sacerdote comprende nuestras debilidades, porque enfrentó todas y cada una de las pruebas que enfrentamos nosotros, sin embargo, el nunca pecó». Hebreos 4: 15, NTV
CRISTO ASUMIÓ LA HUMANIDAD a un costo infinito mediante un proceso penoso y misterioso tanto para los ángeles como para los hombres. Velando su divinidad y dejando a un lado su gloria, nació como un niño en Belén. Hecho hombre cumplió la ley de Dios, a fin de condenar el pecado en la carne, y confirmar ante las inteligencias celestiales que ‘la ley fue establecida para proporcionar vida y asegurar la dicha, la paz y el bienestar eterno de todos los que la obedecen. […]
Este es el gran «misterio de la piedad» (1 Tim 3: 16), que uno igual al Padre revistiera su dignidad con humanidad, y dejando de lado toda la gloria correspondiente a su oficio como Comandante celestial, descendiera paso a paso en el sendero de la humillación, soportando un oprobio cada vez mayor. Sin pecado ni contaminación, compareció ante el tribunal para ser juzgado, para que su caso fuera investigado y sentenciado por la misma nación a la cual había venido a liberar de la esclavitud. Se rechazó y condenó al Señor de la gloria, y aún más, le escupieron. Manifestando desprecio por lo que consideraban ser pretensiones, hubo quienes le golpearon en el rostro. Esas mismas personas habrán de clamar un día «a los montes y las peñas: «¡Caigan sobre nosotros!
¡Escóndannos de la ira del Cordero!»» (Apoc. 6: 16, RVC).
Pilato reconoció la inocencia de Cristo inocente diciendo: «No encuentro que este hombre sea culpable de nada» (Luc. 23: 4, NVI). A pesar de todo, para congraciarse con los judíos, ordenó que lo azotaran y entonces lo entregó, golpeado y sangrante, para sufrir la cruel muerte por crucifixión. La Majestad del cielo «como un cordero fue llevado al matadero» (Isa 53: 7a), y entre burlas, escarnio y acusaciones ridículas y falsas, fue clavado en la cruz. La multitud, en cuyos corazones el sentimiento humanitario parecía haber muerto, trató de agravar los crueles tormentos del Hijo de Dios mediante injurias. Pero «como una oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, no abrió su boca» (Isa 53: 7b). Estaba dando su vida por la vida del mundo, para que todo aquel que creyera en él no pereciera (Juan 3: 16).
Sobre Cristo «Jehová cargó […] el pecado de todos nosotros» (Isa 53: 6). Soportó nuestro castigo, la ira de Dios contra la transgresión. Su procesamiento implicó la tremenda tentación de pensar que el Padre lo había abandonado. Su alma se sintió torturada por el peso del horror de una enorme y espantosa oscuridad. […] No podría haber sido tentado en todas las cosas como somos nosotros tentados si no hubiera existido la posibilidad de que cayera. Fue un ser libre, puesto a prueba, tal como lo fue Adán y como lo es todo ser humano.
Si no hubiera existido la posibilidad de ceder, la tentación no hubiera sido tal. La tentación llega y es resistida, aunque seamos poderosamente influenciados para hacer lo malo, y sabiendo que podemos hacerlo resistir por la fe, aferrándonos firmemente del poder divino. — Manuscrito 29, 17 de marzo de 1899, «Sacrificado por nosotros».