«Pero recibirán poder cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes; y serán mis testigos, y le hablarán a la gente acerca de mí en todas partes: en Jerusalén, por toda Judea, en Samaria y hasta los lugares más lejanos de la tiema». Hechos l: 8, NTV
CUANDO CRISTO EXPIRABA en la cruz y exclamó «Consumado es», el velo del Templo se rasgó de arriba abajo. El sistema judaico de sacrificios y ofrendas ya no era necesario. El tipo se había encontrado con el antitipo en la muerte de Aquel a quien señalaban los sacrificios. Teníamos a nuestra disposición «el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, es decir, de su propio cuerpo» (Heb. IO: 20, RVC); camino por el cual judíos y gentiles, libres y siervos, pueden acercarse a Dios y encontrar perdón Y paz.
Cristo debe ser exaltado como el Redentor del mundo. Debe ser proclamado como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. El Salvador había declarado: «Pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra» (Hech. 1:8).
El último acto de Cristo antes de dejar esta tierra consistió en comisionar a sus embajadores para ir por todo el mundo con su verdad. Sus últimas palabras tuvieron el propósito de motivar a los discípulos con la idea de que a ellos se les había confiado en custodia el mensaje celestial para el mundo. En obediencia al mandato del Señor, los discípulos regresaron a Jerusalén y esperaron allí el prometido derramamiento del Espíritu Santo. Hubo inteligencias celestiales que cooperaron con ellos y otorgaron poder al mensaje que llevaban. El Espíritu Santo dio eficacia a sus esfuerzos misioneros, y tres mil se convirtieron en un día. Asimismo, Pablo, fue milagrosamente transformado de cruel perseguidor en creyente entusiasta, que se agregó al número de los discípulos. A él se le confió en una manera especial el apostolado a los gentiles.
A Juan, desterrado a la isla de Patmos por su fidelidad en testificar por Cristo, se le dio allí luz especial para la iglesia. En su exilio contempló a su Redentor glorificado, Y vio de forma más nítida que nunca antes lo que habría de ocurrir al fin de la historia de esta tierra. Vio la misericordia, la ternura y el amor de Dios combinados con su santidad, su justicia y su poder. Vio cómo los pecadores encontraban un Padre en Aquel ante quien sus pecados les habrían hecho sentir temor. «La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron» (Sal. 85: 10). En lugar.de huir de Dios por causa de nuestros pecados, corramos a sus brazos para encontrar protección y perdón. El trono divino, tan terrible para nosotros si permanecemos en incredulidad, llega a ser, cuando nos arrepentimos, un lugar de refugio.—Manuscrito 38, 27 de marzo de 1905, «Tengan buen ánimo>>.