«El Señor está atento a lo que ocurre en todo el mundo, para dar fuerza a los que coafian sinceramente en él. iEn esto has actuado como un tonto! Porque de ahora en adelante tendrás más guerras». 2 Crónicas 16: 9, DHH
TODO SIERVO DE DIOS ha de consagrarse a la misión y aplicar en su vida cotidiana los principios de la Palabra de Dios. Mis hermanos y hermanas, eliminen los rasgos de su carácter inadecuados, que hacen que ustedes mismos se sientan fácilmente perturbados, y permitan ser limpiados y purificados. Mueran al yo y permitan que Cristo viva en ustedes. Caminen humildemente con Dios, y hagan que los principios y valores superiores rijan su estilo de vida. […]
Sea la Palabra nuestra guía y nuestra norma para la vida diaria. Estúdienla. A través de ella aprenderán a ser afables, piadosos y equilibrados. Cuando se sientan perplejos escudriñen la Biblia en busca de las indicaciones que se ajusten a cada caso. Busquen al Señor para que los oriente. Nunca codicien lo que el Señor prohíbe en su Palabra, y traten de hacer siempre aquello que la Biblia nos indica. «Ustedes estudian las Escrituras a fondo porque piensan que ellas les dan vida eterna. iPero las Escrituras me señalan a mí!» (Juan 5: 39, NTV).
Cristo vino para establecer reformas y para atraer hacia sí a todo el mundo. Su voluntad debe ser hecha en la tierra así como en el cielo. Una vez que hayan determinado qué cambios son necesarios, pónganlos en marcha con perseverante firmeza. No vayan a creer que podrán implementar los principios puros y elevados de una verdadera reforma sin encontrar oposición. La Palabra de Dios nos recuerda que «bien sabemos que todo el que desee vivir obedeciendo a Jesucristo será maltratado» (2 Tm. 3: 12, TLA), por aquellos que tratan de derribar lo que Dios declara ser verdad y justicia. [ ]
No hay nada que nos ocurra en la vida en lo cual Dios no se interese; ningún emprendimiento que él no lo valore debidamente. «Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mat. 28: 20, DHH), declara Jesús. Dios es para su pueblo «el escudo y la coraza» (Sal. 35: 2, RV77). Extiende su mano protectora sobre sus hijos que confían en él, de tal manera que nadie puede herir a uno de ellos sin lastimar la propia mano de Dios.
Dios es también el guardián de la justicia y la misericordia. Toma nota de la forma como tratamos a nuestros colaboradores. No podemos ocultarle ni aun el acto más insignificante que afecta los derechos de uno de aquellos que son su herencia. Vindicará su justicia delante de todo aquel que abuse de su prójimo o le haga algún daño. El discierne el motivo que impulsa toda acción. […] Como profesos creyentes en Aquel que es el guardián de la verdad y la justicia, hemos de apoyar la verdad en su pureza. En todo acto de la vida cotidiana hemos de mostrar un estricto sentido de la rectitud y la justicia. — Carta 94, 14 de marzo de 1907, dirigida a los empleados del Sanatorio de Boulder, adaptado.