Yo pelearé contra quienes peleen contigo y salvaré a tus hijos. Isaías 49:25 (NTV).
AGAR
Desde que Agar quedó encinta, la envidia y la tensión crecieron entre ella y Sarai, su ama. Cuando Sarai concibió a Isaac y el niño comenzó a crecer, la relación se había deteriorado tanto que la convivencia familiar se hizo insoportable.
Ismael, el hijo de Agar, era un niño difícil. Dios mismo le había dicho a Agar: «Este hijo tuyo será un hombre indomable» (Génesis 16:12, NTV). Ismael comenzó a burlarse de Isaac, y finalmente Sara le pidió a Abraham que expulsara a Agar y a Ismael del campamento.
Abraham accedió. Preparó agua y comida para su esclava y el hijo que tenían en común y los despidió con tristeza. Agar deambuló por el desierto hasta que se acabaron las provisiones. Cuando no tienes recursos para comprar comida, sacas fuerzas de donde haga falta y pasas hambre; pero cuando no tienes recursos para alimentar a tus hijos, eso es otra historia. Las madres fuimos diseñadas por Dios para alimentar a nuestros hijos desde que nacen. Ver a un hijo pasar hambre es insufrible para cualquier madre. Por eso Agar dejó a Ismael bajo un árbol y se alejó unos metros. «Se echó a llorar y dijo: ‘No quiero ver morir al muchacho'» (Génesis 21:16, NTV). Agar había tocado fondo.
Entonces Dios envió un ángel a consolar a Agar, y le mostró un pozo de agua. Consoló a esta madre, y le prometió que haría de Ismael una gran nación.
Dios ve. Dios sabe. Dios siente. Nuestros hijos son también sus hijos. ¿Hay tensiones familiares a las que no ves solución? ¿Tienes miedo de no poder proveer para las necesidades de tus hijos? ¿Tienes algún hijo o hija que se ha alejado de Dios y el dolor te consume? Dios promete pelear por tu hijo, así como peleó por el hijo de Agar.
Dios no ayudó a Agar porque ella o su hijo fueran ejemplares. Al contrario, ambos habían creado tensión y cometido errores que podrían haber evitado. Sin embargo, Dios ayudó a Agar y a Ismael porque su amor es incondicional. Para Dios no hay princesas ni extranjeras. Su gracia es tan inmensa, su amor tan infinito, que aun en esos momentos de oscuridad y abandono, él nos abraza y nos recuerda: «Yo salvaré a tus hijos».