Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando oyó, pues, que estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Juan 11:5, 6.
MARIA Y MARTHA
Cuando Lázaro enfermó, sus hermanas enviaron el mensaje a Jesús: «Señor, he aquí el que amas está enfermo» (Juan 11:3). Pero Jesús no acudió a sanar a Lázaro. No le hubiera costado nada ir. Pero no fue.
María y Marta estaban seguras de que Jesús acudiría rápidamente y sanaría a Lázaro. Eran amigos. Jesús había sanado a otros que no conocía. Con Lázaro no sería diferente. Seguro que aparecería en un par de horas. Pero los días pasaban, Lázaro empeoraba, y Jesús no llegaba. Lázaro exhaló su último suspiro, mientras que María y Marta miraban ansiosas el horizonte, esperando ver la figura de su Amigo y Maestro. Pero Jesús no llegó.
Lázaro fue sepultado. Pasaron cuatro días. Y entonces el Maestro llegó. Al encontrarse con Jesús, cada una le dijo: «Si hubieses estado aquí, mi her mano no habría muerto» (vers. 21, 32). Entonces, Jesús se acercó a la tumba y dijo tres palabras: «¡Lázaro, ven fuera!» (vers. 43). Jesús, la resurrección y la vida, la Palabra hecha carne, llamó a su amigo de la muerte. Y la muerte no se resistió a la voz del Creador.
Jesús había dicho, al enterarse de la enfermedad de Lázaro: «Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella» (vers. 4).
Sabemos lo que duele el silencio de Dios cuando estamos desesperados y él es el único que nos puede dar una salida. Cada vez que me ha pasado esto, he intentado muchas cosas. He ayunado y orado con fervor. Mis lágrimas de desesperación intentan convencer a Dios de la sinceridad de mi pedido. Sigo orando, porque sé que es lo que debo hacer, sigo esperando que Dios intervenga, pero en el fondo de mi corazón crecen raíces de amargura y resentimiento: ¿Por qué no haces nada?» «¿Es que te complace ver sufrir a tus hijos?» «¿De verdad quieres que crea que eres un Dios de amor?» «Si hubieras estado aquí… ¡esto no estaría pasando! «.
Dios nunca se apresura, pero siempre tiene un plan. Quizás no lo lleguemos a entender hasta que estemos en casa, con él. Aunque nos parezca a veces que Dios es «lento», lo cierto es que nunca llega tarde.