«También a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; a ellos de nada les sirvió haber oído la Palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron». Hebreos 4: 2
LA VIDA QUE HEMOS RECIBIDO es sagrada. El Señor nos ha concedido el tiempo presente para que nos preparemos para el hogar celestial. La decisión que el Juez de todos tome en cada caso, estará exactamente de acuerdo con la vida que cada uno haya vivido durante el tiempo de prueba que se nos concede.
Es necesario asumir que necesitamos ejercer una fe aceptable para Dios: «la fe que obra por el amor» (Gál. 5: 6) y nos purifica. Sin fe es imposible escuchar la Palabra de modo que nos resulte de provecho, aun cuando haya sido presentada de la manera más impactante.
A menos que combinemos la fe con el oír la Palabra, a menos que recibamos las verdades que escuchamos como un mensaje proveniente del Cielo para ser cuidadosamente estudiado, para ser asumido y asimilado en nuestra vida espiritual, se esfumarán las impresiones que hizo el Espíritu de Dios.
No comprendemos por experiencia lo que significa hallar descanso por la aceptación de la divina seguridad de la Palabra.
No se puede exagerar la importancia del estudio de la Biblia. Sus promesas son grandes y llenas de riqueza. En ningún caso debiéramos dejar de asegurarnos el tesoro celestial. Cristo es nuestra única seguridad. No podemos confiar en la razón humana. El mundo está lleno de hombres y mujeres que abrazan teorías engañosas, es peligroso escucharlos. [..•l
La religión de Jesucristo produce una reforma en la vida y el carácter. El verdadero cristiano busca constantemente la gracia que cambia los rasgos objetables del carácter natural. En vez de hablar de forma cortante e impositiva, pronuncia esas palabras de ánimo que Cristo diría si estuviera en su lugar. Muestra benevolencia hacia todos, y no solamente a los pocos que alaban y exaltan su sapiencia. La pureza y santidad que se revelaron en la vida de Cristo se manifiestan también en la vida de sus verdaderos discípulos.
Los cristianos han de ser portadores de luz en el mundo, que brillen en medio de las tinieblas del pecado y la injusticia. En el reino de este mundo deben enfrentar constantemente los principados y poderes que ha elegido a Satanás como su guía. Son hijos de Dios los que reciben a Cristo y siguen su ejemplo al llevar la cruz y negarse así mismos. «Pero a quienes lo recibieron y creyeron en él, les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios» (Juan 1: 12, DHH). Ellos son los vencedores en la batalla de la vida, porque se han revestido del nuevo hombre, «que se va renovando a imagen de Dios, su Creador, para llegar a conocerlo plenamente» (Col. 3: 10, DHH).— Manuscrito 30, 2 de marzo de 1902, «La semejanza a Cristo en los negocios», adaptado.