«Así que Cristo, apesar de ser Hijo, sufriendo aprendió lo que es la obediencia; y al Perfeccionarse de esa manera, llegó a ser fuente de salvación eterna para todos los que lo obedecen». Hebreos 5:8-9, DHH 23 de febrero
CRISTO VINO A NUESTRO MUNDO y vivió en un hogar bien humilde. Vistió la mejor ropa que sus padres pudieron proporcionarle, que fue la de un pobre aldeano. Anduvo por pedregosos senderos y ascendió por las pronunciadas laderas de los montes. Cuando caminaba por las calles lo hacía aparentemente solo, porque los ojos humanos no podían ver a sus acompañantes celestiales. Aprendió el oficio de carpintero para poder señalar como honorable y ennoblecedora toda labor realizada con dedicación por los que trabajan con la mira puesta en la gloria de Dios. […]
Cristo, el Señor de toda la tierra, fue un humilde artesano. No fue comprendido, y lo trataron desdeñosamente y con desprecio, a pesar de que su misión y autoridad le habían sido encomendadas por el poder supremo del Soberano celestial. Los ángeles fueron sus servidores, porque Jesús estaba ocupado en «los negocios» de su Padre (Luc. 2: 49) tanto cuando trabajaba junto al banco de carpintero como cuando realizaba milagros para las multitudes. No obstante mantuvo oculto su secreto a la vista de todo el mundo. No antepuso títulos elevados a su nombre a fin de que su posición fuera comprendida, sino que vivió «la ley suprema, conforme a la Escritura» (Sant. 2: 8). Su misión la inició ennobleciendo el humilde oficio del artesano que debía esforzarse por lograr su pan cotidiano. […] Si la vida de Cristo hubiera transcurrido entre los ricos y los poderosos, el mundo de los que tienen trabajar duramente se habría visto privado de la inspiración que el Señor quería que ellos tuvieran.
La existencia terrenal de Cristo fue tranquila y humilde. Eligió ese estilo de vida para solidarizarse con la familia humana. No se entronizó como Rey del universo ique era! Se despojó, sin embargo, de su manto real y de su regia corona para ser uno de los miembros de la familia humana. No tomó sobre sí la naturaleza de los ángeles. Su obra no fue el oficio sacerdotal de acuerdo con los usos y costumbres de su pueblo. Hubiera sido imposible para cualquier ser humano comprender su exaltada posición, a menos que el Espíritu Santo la hubiera dado a conocer. Jesús revistió, en nuestro favor, su divinidad con la humanidad, y descendió del trono celestial. Renunció a su posición de Comandante en jefe de las huestes angélicas. «Ya conocen cuál fue la generosidad de nuestro Señor Jesucristo: siendo rico como era, se hizo pobre por ustedes para enriquecerlos con su pobreza» (2 Cor. 8: 9, LPH). De esta manera veló su gloria bajo la humanidad con el propósito de alcanzar a los seres humanos con su divino y transformador poder. […]
El Señor Jesús vino al mundo para vivir la vida que todo ser humano debería procurar vivir: una vida de humilde obediencia. Todos nosotros, a quienes Cristo nos ha dado un tiempo de prueba para formar caracteres para las mansiones que ha ido a preparar, debemos imitar el ejemplo de su vida. — Manuscrito 24, 22 de febrero de 1898, «La vida de Cristo sobre la tierra».