El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Lucas 19:10.
En algún lugar, bajo las dunas del desierto occidental de Egipto, yace un ejército que fue muy poderoso. Cinco siglos antes de Cristo, el rey persa Cambises lo envió a conquistar el oasis de Siwa, pero una tormenta de arena lo sepultó, sin quedar sobrevivientes. Aunque desde aquel tiempo ha sido buscado, el ejército de Cambises sigue desaparecido. Exploradores como el francés Théodore Monod (1902-2000) y el aviador y aventurero húngaro
László Almásy (1895-1951), también intentaron localizar a estos desventurados hombres, pero ha sido inútil. Y la búsqueda prosigue.
En 1928, el noruego Roald Amundsen, conquistador del Polo Sur, se esfumó en el mar de Barents, mientras sobrevolaba la banquisa ártica buscando al italiano Nobile, que se había estrellado con su dirigible. Nobile más tarde fue hallado vivo.*
Hace seis mil años, los fundadores de la humanidad que vivían en el oasis del Edén fueron sepultados por la tormenta de arena del pecado. Un espíritu maligno sopló sobre ellos y los aisló del universo. Entonces, el plan de rescate divino fue puesto en acción. El Hijo de Dios descendió de su Santuario y buscó a los perdidos. Los encontró, los auxilió, los rehabilitó, y fue a prepararles un lugar en su casa, donde ninguna tormenta los amenazará. Pronto volverá por ellos para llevarlos al oasis más precioso del universo.
Pero el rescate no fue fácil. El Salvador fue torturado, clavado a una cruz y confinado en la prisión de los demonios, el sepulcro. Pero al tercer día resucitó, y así derrotó a sus enemigos: el pecado, el diablo y la muerte.
Los malos espíritus aún siguen provocando tormentas de arena del pecado contra los hijos de Dios. Se llaman tentaciones, conflictos y persecuciones. Si quieres estar a salvo de estos males, refúgiate en el Salvador, quien no ha dejado de rescatar a los hijos de Adán y Eva.