David consultó a Jehová, diciendo: ¿Perseguiré a estos merodeadores? […] Y él le dijo: Síguelos, porque ciertamente los alcanzarás, y de cierto librarás a los cautivos. 1 Samuel 30:8.
David se encontraba privado de todo apoyo humano. Había perdido todo lo que apreciaba en la Tierra. Saúl lo había expulsado de su país. Los filisteos lo habían echado de su campamento. Los amalecitas habían saqueado su ciudad. Su familia estaba prisionera. Y sus propios amigos y algunos familiares se habían unido contra él para matarlo. En esta hora de soledad, David, en lugar de permitir que su mente se espaciara en sus circunstancias dolorosas, imploró vehementemente la ayuda de Dios. Recordando estos días, escribió: «En el día que temo, yo en ti confío» (Sal. 56:3). Dios era su amparo y fortaleza en todo momento (Sal. 46:1-11).
David consultaba a Dios en todo momento, tanto en las pequeñas como en las grandes decisiones. En nuestro texto, lo vemos nuevamente consultando a Dios, y Dios respondiéndole inmediatamente y asegurándole la victoria sobre los amalecitas (1 Sam. 30:18).
En ese momento, David no sabía, como a veces tampoco lo sabemos nosotros, que el punto más bajo de nuestro camino puede tornarse súbitamente en el más alto. Cuando creemos que nos está yendo realmente mal, puede que en realidad nos esté yendo muy bien, por desgraciadas que sean las circunstancias.
En aquel momento de soledad, David recibió la noticia que le allanaría el camino al trono: su peor enemigo había muerto. Pero no la recibió con alegría. Su corazón lloró profundamente la muerte de Saúl (2 Sam. l). Sus lágrimas revelaron su nobleza de espíritu.
No necesitamos ser nobles para ir a Dios. Necesitamos ir a Dios para ser nobles. La oración profunda y cotidiana es como el riego por goteo que hace crecer y dar frutos a una planta aun en el desierto. A pesar de las circunstancias adversas, perseveremos en oración, porque no sabemos cuándo el punto más bajo de nuestro camino puede tornarse en el más alto. Puede que, a la vuelta del recodo, veamos algo que nos muestre el sentido que tuvieron todas esas etapas desgraciadas de nuestra vida. Y veremos que una desgracia fue el paso que debimos dar para recibir lo que Dios tenía preparado para nosotros.
Oración: Señor, dame fuerzas para no soltarme de tu mano.