Pacientemente esperé a Jehová; y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Salmo 40:1.
LA VIUDA PERSISTENTE
Cuando estamos afligidas o en necesidad, no debemos dejar que las circunstancias nos tienten a tomar el caso en nuestras propias manos, porque las circunstancias son inseguras, vacilantes y pasajeras. Si no podemos ver el fin desde el principio, ¿cómo podremos guiar nuestros pasos y proceder con certidumbre?
Llevemos a Dios toda necesidad, pues él tiene un propósito para nuestra vida y para todo lo que experimentamos. El profeta Isaías habló de un Dios que actúa en favor de quienes confían en él (ver Isaías 64:4). ¡Qué maravillosa promesa! Mientras esperamos activamente, él obra activamente.
Aunque la espera puede ser uno de los aspectos más difíciles de la vida cristiana, de ninguna manera es tiempo perdido. Durante los períodos de espera Dios nos enseña lecciones que no habríamos podido aprender de otra manera. Durante este tiempo, él fortalece nuestra fe y puede cambiar las circunstancias. Su propósito es mantenernos en sintonía con él mientras nos prepara para recibir las respuestas que necesitamos. En ese tiempo de espera podemos aprender a depender de él. Mientras no cambia nuestra realidad, esa espera, dependiendo de Dios, nos va cambiando espiritualmente.
Sí, esperar en el Señor requiere tiempo. También requiere fe y confianza. Incluso cuando nada parece estar sucediendo, tenemos que permitir que Dios marque el ritmo de nuestra vida. Si obedecemos, él nos honrará a su debido tiempo: «Y así, después de esperar con paciencia, Abraham recibió lo que se le había prometido» (Hebreos 6:15, NVI).
Pedro nos advirtió: «Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte a su debido tiempo. Echad toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros» (1 Pedro 5:6, RV95).