Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Hebreos 11:13.
¿Has conocido a alguien que pareciera que nació para sufrir? La dama que conoceremos hoy es una de esas personas. Lo poco que sabemos de Anna Larsen* es que siendo aún muy pequeña, llegó de Noruega, su país de nacimiento, a los Estados Unidos.
La familia Larsen estuvo un tiempo en Nueva York y luego se mudaron a Chicago. Allí Anna conoció a su futuro esposo, el abogado cristiano Horacio Spafford. Ambos eran miembros de la Iglesia Presbiteriana, y eran muy activos en su servicio a la comunidad. Horacio y Anna tuvieron cuatro hijas: Annie, Maggie, Bessie y Tanetta.
Anna apoyaba a su esposo, por eso se trasladaba a los lugares donde era necesario ir para buscar el bienestar de todos. En 1873, luego de haber perdido todo lo que tenían en el incendio de Chicago, Anna aceptó la decisión de su esposo de trasladar la familia a Europa. Los planes incluían enviar a Anna y a sus cuatro hijas a Francia primero, luego Horacio se reuniría con ellas. Pero el barco no llegó a su destino. Fue embestido por otra nave y en el naufragio perecieron todas las niñas. A Anna la rescataron inconsciente de las gélidas aguas.
Cómo enfrentar tal pérdida? ¿Qué se puede rescatar de una vida aparentemente convertida en cenizas? Solo Dios puede dar consuelo a un corazón destruido. Solo una fe viva e inquebrantable puede entender y aceptar la ayuda divina. Anna Larsen de Spafford logró hacerlo. Años más tarde la vemos sirviendo en la Colonia Americana de Jerusalén. A pesar de las circunstancias continuamente adversas y de la pérdida de sus hijas, Anna entendió que esta vida es pasajera, que somos peregrinos en esta tierra, pero tenemos la esperanza de una patria mejor.