Entonces el pueblo vino a Moisés y dijo: Hemos pecado por haber hablado contra Jehová, y contra ti; ruega a Jehová que quite de nosotros estas serpientes. Y Moisés oró por el pueblo. Números 21:7.
¿Quieres la salvación?
Don Roberto Cuneo desconfiaba de la naturaleza humana; por eso no creía en el arrepentimiento. En un sentido, esto es un signo de sabiduría. Nuestro humano arrepentimiento ¡no tiene las alas del Espíritu! Porque, como son más altos los cielos que la tierra, así son mis pensamientos más altos que vuestros pensamientos» (Isa. 55:9). El arrepentimiento genuino es un pensamiento divino en el corazón humano.
Mira cuántos arrepentimientos hay en la Biblia. Por ejemplo, hay uno que yo llamaría desesperado. Es el caso del Faraón, que se arrepintió de haber retenido al pueblo de Dios únicamente por la desesperación que le produjeron las plagas (Éxo. 12:31). Es mi arrepentimiento cuando le digo a Dios: «Si me libras de este problema, te prometo que cambiaré mi vida».
También está el arrepentimiento desesperanzado. Judas Iscariote se arrepintió de traicionar a Jesús cuando se vio sin esperanza. Sintió remordimiento; reconoció que pecó, pero no se arrepintió (ver Mat. 27:3-5). «Salió, y fue y se ahorcó» (vers. 5).
El arrepentimiento dudoso es aquel que intenta sacar ventaja de una determinada situación. Por ejemplo, el muchacho que se «arrepiente y se bautiza» solamente para casarse con la chica creyente que sabe que jamás tendrá de otro modo. Pronto se arrepiente de haberse arrepentido.
El arrepentimiento de David fue tardío, aunque genuino. Por eso, pagó un alto precio físico y psicológico, por esa demora (ver Sal. 32). Aun así, más vale tarde que nunca, porque nunca es tarde para el arrepentimiento y la reparación.
Finalmente está el arrepentimiento verdadero y a tiempo: «Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado» (Luc. 19:8).
Zaqueo cumplió con las tres condiciones del verdadero arrepentimiento: renunció al pecado (Prov. 28:13); se reconcilió con Dios y con su prójimo (Mate 5:23, 24); y restituyó su pecado (Luc. 19:6-8). Por eso, Jesús le dijo:
«Hoy ha venido la salvación a esta casa» (vers. 9). ¿Quieres hoy la salvación?