Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros.
Filipenses 4: 9, RV60.
En uno de los viajes que hicimos como familia hace ya unos cuantos años, mi hijo quería comprar un recuerdo antes de volver a casa. El problema era que no podíamos encontrar ninguna tienda de esas donde se venden recuerdos a los turistas.
Al día siguiente nos iríamos, y él todavía no había encontrado nada que llevarse. Esa mañana, nuestro conductor nos llevó a un castillo frente al mar, justo a las afueras de la ciudad. Nos estábamos yendo cuando a la distancia vimos lo que habíamos estado buscando: ¡un hombre vendiendo recuerdos! Esa era la única oportunidad de que mi hijo obtuviera algo que le recordara aquella ciudad única.
Me sorprendió que mi hijo me preguntó si podía ir él solito a comprar el suvenir. Le dimos unos dólares, y él se acercó al hombre mientras lo esperábamos a cierta distancia. Mi hijo solo tenía diez u once años en esa época, así que me sorprendió su pedido; pero por alguna razón quería hacer aquel negocio él solo. No estoy seguro de todo lo que se dijeron, pero al final mi hijo obtuvo un recuerdo por la mitad del precio. Entonces me di cuenta de que, incluso cuando viajamos, mi hijo me observa muy de cerca.
Yo tengo por costumbre negociar el precio; ahora él quería negociar por sí mismo para comprar su recuerdo.
Aunque seas joven, hay otras personas observándote. Quizás algunos niños más chicos que tú te están observando. Quizá la vecina observa cómo juegas con los niños del vecindario.
Parte de nuestro deber como cristianos es ser testigos para otros, y diría que una de las maneras más sencillas de testificar es simplemente dejándoles ver cómo vives tu vida de seguidor e imitador de Cristo.