«Porque nos ha nacido un niño. se nos ha concedido un hijo y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Se extenderán su soberanía y su paz, y no tendrán fin» (Isa. 9:6, 7).
Es Nochebuena, y quisiera estar en algún lugar lejano, entre los bosques, donde haya paz. Quizás allí podría escapar del ajetreo de la Navidad, que a menudo se centra en comprar regalos costosos. Si la Navidad significa paz, no la puedo sentir en esta noche fría y lluviosa. Terminó el servicio en la iglesia, pero ¿dónde está la paz? Y mientras camino a casa, me pregunto, Padre, ¿por qué no hacerlo? ¿Por qué no salir contigo a caminar por los bosques?
En los últimos días, la lluvia había derretido casi toda la nieve y la temperatura era la de un día común de invierno. Probablemente, no nevaría. Ya en casa, me puse ropa más abrigada y unos minutos después dejaba atrás las luces de las farolas del pueblecito. La noche me envuelve en su mundo azul oscuro. Camino a través de campos y praderas, hacia el silencio. Hay árboles bordeando ambos lados del camino; sus ramas desnudas dibujan un diseño delicado contra el cielo nocturno. Desde la distancia, el bosque parece una pared negra, pero cuando llego a él, puedo distinguir la silueta de cada árbol como si fuera un recorte negro. Al entrar, el bosque parece abrazarme con un manto protector, y la paz llena mi corazón con tanta delicadeza como la brisa que susurra entre las ramas.
Padre, es la noche de un recuerdo especial: una noche que me recuerda una vez más tu mayor milagro. Con humildad, el Creador del universo abrazó a la humanidad al hacerse visible y palpable, yaciendo en un pesebre. Nació un Bebé que el mundo no reconoció, pero él era Dios, que dejaba la eternidad para venir•a nosotros. Probablemente, nunca lo entenderemos por completo. Su amor abundante lo dio todo; se dio a sí mismo, para unir el Cielo con la tierra, y a él con nosotros.
Respiro profundo, ya que nuevamente la paz habita en mi corazón. Y ya es medianoche, hora de volver a casa. Pienso en la calidez que me recibirá allí, y en la vela perfumada que llena mi habitación con la fragancia de rosas: «Una rosa brotó, de una tierna raíz […]. El capullo de rosa que me refiero, de los cuales dijo Isaías […], para mostrar correctamente el amor de Dios […] cuando la noche ya estaba bien adentrada»
JAIME SEIS
nació en Alemania. En su niñez, ya tenía la felicidad
de saber que Jesús estaba con ella.
Ha escrito artículos, sermones y libros religiosos,