“Pero Jesús insistió: “Alguien me ha tocado, porque me he dado cuenta que de mi ha salido poder”” Lucas 8:46.
Ella se sentía invisible y sin esperanzas. Durante doce años, los médicos le habían dicho que no había cura para su enfermedad, y ahora estaba sin dinero, así que ni siquiera podía volver a ellos. Y no es que fuera a conseguir algo yendo a consulta después de todo, pues sabía que le dirían que no había esperanza para ella.
Sin embargo, cuando oyó hablar de Jesús. una pequeña esperanza se encendió en su corazón. Iría a verlo y él la sanaría. Su emoción aumentó y se llenó de ese valor que solo puede dar la desesperación.
Imagina a la multitud que rodeaba a Jesús ese día. Era gente ruidosa y agresiva (y tal vez maloliente por el viaje o por trabajar en barcos de pesca y granjas). Lucas 8: 42 dice: «Mientras Jesús iba, se sentía apretujado por la multitud que lo seguía». Cuando la mujer observó aquello, su fe y sus esperanzas vacilaron. ¿Cómo llegaría hasta Jesús? Pero no se dio por vencida. Ella sabía que él era su única esperanza. Tal vez pensó: iEs ahora o nunca!, y comenzó a abrirse paso a través de la multitud.
Finalmente, logró ubicarse detrás de Jesús y, mientras caminaba, tocó un pequeño pedacito de su túnica con muchísima fe. Y eso fue suficiente. Recobró la salud instantáneamente. En ese mismo momento Jesús se detuvo y preguntó quién lo había tocado (me es fácil imaginar a uno de sus discípulos decirle en voz baja:
«Esteeee… con tanta gente aquí, es bastante difícil saberlo, Maestro»).
Pero Jesús había sentido el toque de la fe. «Alguien me ha tocado —dijo— Me he dado cuenta que de mí ha salido poder» (versículo 46). Aún hoy, Jesús nunca deja que un toque de fe pase desapercibido. Cuando nos acercamos a él con fe verdadera, él lo nota. Y cuando detecta un toque de fe, nos envía poder para ayudarnos.
Ponlo en práctica: Reflexiona sobre el poder de Dios. ¿En qué aspectos de tu vida te has acercado por fe a él y has visto su poder?
Ponlo en oración: Pídele a Dios su poder en tu vida. Y también que sane aquello que necesita ser tocado por él en tu mente y tu corazón.