La ofrenda que a Dios agrada «Te ofreceré un sacrificio de agradecimiento e invocaré el nombre del Señor. Cumpliré mis votos al Señor en presencia de todo su pueblo, en la casa del Señor, en el corazón de Jerusalén. ¡Alabado sea el Señor!». Salmo 116: 17-19, NTV
ANA, LA MADRE DE SAMUEL, llegó al altar del templo llena de regocijo y con una inmensa gratitud a Dios porque había nacido el hijo que tanto anhelaba su corazón. «Trajeron el niño a Elí. Y Ana le dijo: «iOh, Señor mío! Vive tu alma, señor mío, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti orando a Jehová. Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos los días que viva, será de Jehová»». Y adoró allí a Jehová diciendo: «Mi corazón se regocija en Jehová, mi poder se exalta en Jehová; mi boca se ensanchó sobre mis enemigos, por cuanto me alegré en tu salvación. No hay santo como Jehová; porque no hay ninguno fuera de ti, y no hay refugio como el Dios nuestro» (1 Samuel l: 25-28; 2: 1, 2).
La ofrenda que a Dios agrada es semejante a la ofrenda de la viuda. Es la ofrenda más abundante porque lleva en ella el corazón, la sinceridad y el amor por aquel que nos da la vida; es la ofrenda que se entrega con mucho sacrificio porque es lo único que se tiene, y es la ofrenda llena de abnegación. Para Dios, lo que cuenta no es la magnitud de la dádiva, sino el motivo que la impulsa.
Entreguemos a Dios nuestro corazón, entreguemos una vida sencilla y humilde, pues nada tiene más valor para él. No demos lo que nos sobra sino lo que cuesta sacrificio y abnegación, demos ofrendas llenas de buena voluntad. Que ante todo reine la voluntad, el sacrificio y el corazón.
Ore conmigo: Señor, pon en mi corazón una puerta limpia y reluciente; una puerta abierta para que salgan de ella las esperanzas y conocimientos de la salvación, y puedan así ayudar a los muchos caminantes sin rumbo, sin fe y sin esperanza que pasan frente a mí, para que encuentren al gran Jesús, que es el camino, la verdad y la vida.