«Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad». Filipenses 4: 8
FUE BUENO conversar diariamente a lo largo de este año. Mientras escribía estas meditaciones, aprendí muchas cosas. A veces quedaba emocionado. Cuando llegaba al fin de la meditación de un día sentía que todo era para mí y trataba de hacer de Jesús el gran Amigo y Salvador de cada minuto.
Estando en Miami, en enero de 1993, fui asaltado y los asaltantes se llevaron, junto con todas mis cosas, casi 90 meditaciones escritas. Eran muchas, me sentí triste, frustrado e incomprendido. Casi todas mis vacaciones habían sido empleadas escribiendo ese material. Me había levantado temprano y me había acostado tarde; había sacrificado horas de recreación al lado de mi familia, ¿para qué? ¿Para que en un segundo todo se fuese por los aires?
Recomencé todo de nuevo y sentí el brazo poderoso de Jesús ayudándome y orientándome. Hoy llego al fin de este trabajo. Tuve la oportunidad de dirigirme a ti a lo largo de todo un año; es un motivo muy grande para agradecer a Dios por ese privilegio.
Escogí el texto de hoy como la última meditación de este año porque me gustaría que miraras con optimismo el futuro. Quiera Dios que las meditaciones de este año te hayan mostrado de alguna forma que no basta con ser un miembro de iglesia. También es preciso ser cristiano, y una persona cristiana es la que descubrió a Jesús como la persona más linda, como el Salvador, el Sustentador y Amigo de todas las circunstancias.
Un año más está por comenzar. Muchas veces el enemigo te hará aparecer espejismos en el desierto de esta vida. No te dejes engañar por las luces de este mundo. Fija tus ojos en Jesús, concéntrate en él, haz de él el centro de tu vida. Piensa en él y en todas las virtudes maravillosas que provienen de él. No permitas que las engañosas luces de neón de esta vida ofusquen tu visión al punto de perder de vista la maravillosa persona de Jesús.
Sin duda, creciste en este año. Aprendiste, adquiriste experiencia. Y para eso pagaste el precio con dinero, o con tiempo, o con sufrimiento, pero creciste. No eres la misma persona que eras al comienzo del año.
Si las cosas fueron bien, alaba el nombre de Jesús; si las cosas fueron adversas, y si la tragedia golpeó la puerta de tu corazón, alaba también el nombre de Jesús.
Que Dios continúe bendiciéndote en el año que viene. Cae de rodillas el atardecer de un año más. Toma el brazo poderoso de Jesús, haz planes para separar diariamente tiempo para quedar a solas con él en este nuevo año.
Mi familia y yo haremos lo mismo, y entre nuestros planes estará el de verte y abrazarte personalmente en la gloriosa mañana de la resurrección. En ese día, con seguridad, el más caro sueño del corazón humano estará realizado. Lo veremos cara a cara y viviremos con Jesús eternamente.