«Si alguno de ustedes quiere ser mi seguidor, tiene que abandonar su manera egoísta de vivir, tomar su cruz y seguirme». Marcos 8: 34, NTV
LA PALABRA «SEGUIR» significa ir después o detrás de alguien, proseguir o continuar lo empezado. En el caso de la reflexión de hoy, significa caminar por el mismo sendero que recorrió Jesús. El discípulo tiene una comunión íntima con el Maestro; se deja guiar, enseñar y reconoce la voz de su Guía. Aprende a vivir la vida de Cristo mediante la oración, el estudio de la Biblia, el servicio, la obediencia y la devoción diaria.
Seguir a Jesús significa seguir sus pasos, caminar con él. Pedro menciona: «Para esto fuisteis llamados, porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigáis sus pisadas» (1 Pedro 2:21). Por lo tanto, si tomamos la cruz como Jesús, no nos dejará solos, puesto que ha prometido: «Estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20). El que le ha entregado la cruz es el mismo que le dice: «Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga» (Mateo 11: 29, 30).
La vida viene con muchas cruces. A veces nos topamos con ellas por nuestra desobediencia y por la maldición del pecado, pero la cruz que Jesús le invita a tomar cada día le purificará y salvará su alma de la ira venidera.
Pablo afirma: «En realidad, también yo he muerto en la cruz, junto con Jesucristo. Y ya no soy yo el que vive, sino que es Jesucristo el que vive en mí. Y ahora vivo gracias a mi confianza en el Hijo de Dios, porque él me amó y quiso morir para salvarme» (Gálatas 2: 20, TLA).
La nueva creación vive, el viejo hombre ha muerto. Pablo se siente crucificado, muerto con Cristo, pero vivo en Dios. Sigamos a Jesús, pues es la mejor preparación posible para esperar su regreso y participar de ese día glorioso.