«Y él se fue por el desierto un día de camino, y vino y se sentó debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo: «Baste ya, oh Señor, quita mi vida; que no soy yo mejor que mis padres»» 1 Reyes 19: 4,JBS
PODEMOS SENTIRNOS desanimados no solo a causa de algún problema o un fracaso, sino también cuando logramos triunfar. El sentimiento del desánimo no discrimina época, lugar ni edad; es una de las herramientas más efectivas que Satanás ha utilizado siempre contra los hijos de Dios. Le funcionó hasta con los patriarcas y los profetas de la Biblia como por ejemplo Moisés, quien le pidió a Dios que le quitara la vida por
la pesada carga de soportar las murmuraciones del pueblo, o Jonás, que quiso perder la vida cuando el Señor no destruyó Nínive. Recordemos también a Jeremías, que estaba totalmente desmoralizado porque el pueblo no escuchaba sus mensajes, o el propio Elías, de quien venimos hablando estos días, que deseó la muerte al sentirse amenazado por Jezabel.
Dios estaba haciendo del profeta su instrumento para que el pueblo de Israel se decidiera y finalmente eligiera servir a su Creador. Su autoridad y el respaldo divino fueron tan fuertes que los israelitas decidieron volver a Dios de todo corazón. Sin embargo, esto enfureció a la reina pagana, Jezabel, quien amenazó de muerte al profeta, y Elías cayó en un pozo de desaliento profundo.
En nuestras vidas, también podemos experimentar circunstancias adversas que nos desestabilizan hasta envolvernos en una tristeza que nos impide ver con claridad el futuro. Elías, ante la amenaza de Jezabel, apartó por un momento sus pensamientos de lo que Dios había hecho por él, y es que cuando enfocamos nuestra mente en el problema, inevitablemente nos invade el abatimiento. Frente a la adversidad, debemos seguir el ejemplo de David: no compararnos con el enemigo, sino pensar y creer con fe que Dios nos hace más que vencedores; porque para él nada es imposible.
El salmista dice: «Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; aunque contra mí se levante guerra, yo estaré confiado» (Salmo 27: 3), y Jeremías agrega: «Jehová está conmigo como un poderoso gigante; por tanto, los que me persiguen tropuarán y no prevalecerán» (Jeremías 20: 11). Pidamos al Señor fortaleza para enfrentar las pruebas.